La Pocos serán los que hayan oído sobre ‘Baidu’, un sitio web. Podría ser uno más cualquiera en la nebulosa infinidad de la red, pero resulta que es el cuarto más visitado del mundo, y con ese dato extraña más no tener siquiera una referencia de él. Si decimos que es el «Google chino», entonces, probablemente, empecemos a entender. Otra compañía china, Tencent (controla WeChat, un servicio de mensajería tipo Whatsapp), supera en valor en Facebook, con más de 1.000 millones de usuarios únicamente en su país y zona próxima de influencia. Podríamos seguir: Alibaba, JD.com, Didi Chunxing.

China es un enorme mercado interno que posibilita estos crecimientos y que crea sus propios códigos y conversaciones, tradicionalmente poco permeables al influjo occidental. Ellos son los creadores del término que ven allá arriba: ‘Baizuo’. Literalmente, ‘izquierda blanca’.

En China el término hizo diana para catalogar a una izquierda urbana, nacida del brutal crecimiento del ‘tigre’ asiático y que propició un éxodo rural hacia las ciudades, cuya sensibilidad recala en los «grandes problemas», en los temas universales, pero que muestra en cambio indiferencia ante lo inmediato. Entre el sarcasmo y el desdén, se usa para esa izquierda preocupada por la inmigración, las minorías, la libertad sexual o el medio ambiente, mientras que el día a día les resulta penoso y poco digno de atención. Una burla de la pretendida superioridad moral de cierta izquierda, hipócrita y herida de esnobismo.

Resulta fácil ver que, con este insulto digital, los usuarios chinos (en su dudosa creación espontánea) estaban señalando a otra política que no es la suya (bastante tienen con la verdadera lucha por las libertades en el país). El concepto ya se hizo moda en la boca de los votantes de Trump, regocijados en la posibilidad de una nueva forma de ridiculización de «sus liberales». La propia red, tan democrática, ha propiciado su expansión a todo occidente. Más rápido que en Aliexpress (rival de Amazon). Será casualidad.

Tampoco es que la copia china sea precisamente innovadora. El «socialismo champán» francés o la «gauche divine» patria cabrían perfectamente en la definición. Eso sí, con una sutil pero decisiva diferencia: su frivolidad era una herramienta, no militaban solo en el discurso, sino que lo usaban de forma instrumental, aprovechando su privilegiada posición para luchar. Contra la dictadura, por ejemplo. Luchaban por un futuro que ahora se empeña en vivir en el pasado.

La actual acepción se acercaría al uso de la etiqueta de ‘progre’ y al calificativo, algo más tibio, de ‘buenistas’. Pero ni esos amagos de punzadas ni quien los usa tienen la suficiente altura de miras. El problema nunca está en lo que defienden, sino en cómo - y a qué costa- lo hacen.

En España, la izquierda ha caído en su propia trampa. La victoriosa (hasta ahora) batalla por la hegemonía cultural, lleva a pensar, a creer firmemente, en que están obligados a imponer reglas, a tener la visión acertada en cualquier debate; y en lanzar despiadados ataques no ya a los contrincantes políticos sino por elevación a todos los que no se transigen con esa visión del orden.

Esta izquierda blanca que se posiciona, siempre y sin mayor análisis, a favor de las minorías. ¿Todas? No. Sólo las que catalogadas dentro de su canon ideológico. Sin valorar que la defensa de la minoría no puede ir contra el bien general. Pero ellos ya han decidido quiénes son los ‘oprimidos’ ejerciendo un dominio (mediático) de la Verdad. Con mayúsculas, por lo visto.

Y esto les conduce a incoherencias graves por la permanente invasión integral de la ideología. Por ejemplo, al apartar políticas de seguridad o defensa de nuestras fuerzas en la cuestión migratoria. O con la religión, donde se muestra continua hostilidad a determinados símbolos mediante la imposición de otros, pervirtiendo la igualdad y conculcando un principio básico de las sociedades modernas: garantizar la libertad religiosa, que debe quedarse en la esfera individual fuera del ámbito de lo público.

Algunos de los que lean esto sólo percibirán mofa y sesgo político. Verán lo que quieran ver. A lo mejor, esa crítica es lo que da sentido a estas líneas, la misma existencia de aquellos que se ofenden sin leer, que huyen de la profundidad en aras del más confortable discurso. De los que aún alardean de la «lucha de clases» o piensan que no hay nadie más tonto que un «obrero de derechas». Allá ellos..

* Abogado y experto en finanzas.