Ah, ¿pero entonces no hay que serlo? -me respondía con ironía y perplejidad el responsable de una campaña de «concienciación» en los colegios-. Bueno -replicaba yo-, si hay que convencer a los chicos para que sean solidarios, habrá que explicarles por qué es bueno que lo sean. Y para explicárselo, primero debemos saberlo nosotros. ¿Y lo sabemos?

Hace unos días me volvía a topar con este asunto. Leía en algún artículo -a propósito del éxito de VOX en Andalucía- que enseñar a los niños a ser solidarios o respetuosos con las diferencias era la mejor forma de conjurar el fascismo. ¡Bien! En otro artículo anterior un prestigioso catedrático de derecho (Javier de Lucas) abogaba por imponer una materia obligatoria de Derechos Humanos en la educación secundaria. ¡Mejor! Y el gobierno de Sánchez anunciaba hace semanas la implantación de una materia común de Educación cívica con la que educar a los niños en la solidaridad y otros valores constitucionales. ¡Todo estupendo!… Pero mi pregunta vuelve a ser igual de pertinentemente impertinente: ¿por qué diablos hay que ser solidario, respetar los DDHH o practicar las virtudes cívicas?

Hay que repetirlo mil veces más: la única forma de educar en valores a alguien consiste en convencerlo de la trascendencia e interés de tales valores. Y para convencerlo hay que darle (o buscar con él) los argumentos necesarios. Las personas adoptan una forma de conducta u otra en función de sus convicciones y de los argumentos que las sustentan. Y los niños y adolescentes, que andan en la ardua tarea de modelar su existencia, suelen estar más receptivos que nadie a todos aquellos (buenos) argumentos que les orienten acerca de cómo comportarse y dirigir su vida. No hay nadie que pida más razones que un niño o un adolescente. El problema es que en lugar de razones lo que casi siempre les ofrecemos son dogmas y discursos moralizantes.

Enseñar valores cívicos o derechos humanos fuera de un contexto ético y filosófico en que se traten y discutan las razones para sustentarlos -si es que estas existen- no es más que catequesis (laica, democrática, humanista... pero catequesis). Y hacerlo de «forma activa», «práctica», «lúdica», etc., no lo convierte en algo menos dogmático (solo cambia la retórica por la acción, que es una forma aún más eficaz de rehuir la reflexión). Pues la pregunta sigue ahí, como un tabú impronunciable, tras la cara de circunstancias del adolescente y la filípica enardecida (o el activismo entusiasta) del catequista: ¿por qué narices habrá que ser solidarios o respetar los DDHH (sobre todo si, aparentemente, nos trae más a cuenta no hacerlo)?

Cuando planteo este problema en clase de ética (que es donde debe plantearse), muchos alumnos enmudecen, otros se escandalizan, y la mayoría se pone a pensar. ¿Por qué hay que ayudar a los demás? ¿Qué obligación moral tenemos -les provoco- con los muertos de hambre que vienen en las pateras? ¿O con los niños que trabajan en Asia para que aquí podemos comprar productos más baratos? ¿Por qué no aprovecharnos de los más débiles si así podemos vivir mejor nosotros?… ¿Por empatía? La empatía no es una razón (además, ¿qué empatía vas a tener por gente que no conoces de nada?)... ¿Por aquello de «no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti»? Este es un pésimo argumento: que aquellos que explotas lleguen a explotarte alguna vez a ti solo pasa en las películas (o en el cielo)… ¿Por temor a la ley, caso de que la hubiera? Tampoco. La propia ley también requiere de convicción; y a falta de ella es fácil corromper a quienes la administran... ¿Por una promesa o consenso común? ¿Pero por qué habría de mantener yo la promesa si salgo ganando al romperla y soy lo bastante poderoso para hacerlo con impunidad?... ¿Porque lo dicta algún Dios? ¿Pero y si ya no creemos en él?…

¿Empiezan ustedes a entender la dimensión ética del problema? Y sí, he dicho ética, la materia que el gobierno quiere eliminar de los planes educativos, pensando, ingenua e irresponsablemente, que por hacer repetir a los niños la lista de los DDHH van a convertirlos en ciudadanos solidarios e inmunes al fascismo. ¡Angelitos!