El sociólogo, filósofo y ensayista polaco de origen judío Zygmunt Bauman, fallecido hace casi dos años, con la brillante lucidez que le caracterizó para retratar los cambios sociales acuñó el concepto de modernidad líquida, una metáfora nítida que resume la complejidad de los tiempos que vivimos en los que pareciera que nada goza de la estabilidad suficiente para mantenerse no sólo en estado sólido, ni tan siquiera en terreno firme. Asistimos a la permanente matización y rectificación abusiva de los mensajes de los políticos bajo un dominio más de la farsa que de la oratoria que se presenta vacua y que manejan como auténticos funambulistas del engaño.

Desconocemos su currículum en el ámbito de la gestión, dudamos de su vocación altruista de servicio público, difícil de entender para una mayoría social que no comprende ocuparse de los problemas de la comunidad cuando uno tiene los propios, lo que ya de entrada despierta suspicacias que en ningún caso son despejadas por la vía de los hechos.

El político líquido es flexible, vacía su mente y fluye como el agua. No es posible retener su discurso. Es su táctica: adaptarse a lo que la opinión pública desea escuchar. Hoy sí, mañana puede ser, pasado no... quizás... El soporte comunicativo y sus formas son el mensaje que carece de solidez porque no es su elemento.

Y mientras, cual medusa, los políticos líquidos navegan viscosos, imprevisibles, hacia arriba o abajo, a la derecha o la izquierda, en solitario o en grupo. Aparentemente inofensivos, relajados, transparentes... escurridizos y a flote porque creen dominar las mareas de la sociedad moderna.

Pero la sociedad moderna no es uniformemente líquida aún, el proceso continúa y en esta dinámica necesita donde asirse. Busca terreno firme para no ahogarse en la incertidumbre y rodar por la pendiente del descrédito y la desactivación de la que tanto saben las generaciones más jóvenes.

Al tiempo, los profesionales del periodismo todavía intentan afianzar algún contenido de los mensajes iniciando un bucle informativo de compresión pero... los políticos líquidos se vuelven a escapar. Se vuelven gaseosos.

El desconcierto y el descrédito son aspectos que definen la sociedad moderna líquida y no son inocuos para la política, son el escenario perfecto para que emerjan movimientos ideológicos que capitalizan estas emociones y ofrecen una tabla sólida en la que descansar de este diluvio a los que aún no saben de las mareas de la modernidad, es decir: la mayoría. Los políticos líquidos deben saber de estos riesgos y hacerse responsables de ellos porque el agua también golpea.

* Profesora de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Extremadura.