Hay países de los que se habla todo el tiempo, como Estados Unidos, y otros de los que no se habla nunca, salvo cuando ocurre alguna catástrofe. El caso más claro es la India, el segundo país más poblado y, según presumen sus habitantes, «la mayor democracia del mundo». La mayor por votantes, aunque no por calidad, ni porque les haya traído muchas ventajas a la mayoría. Mi única impresión de ese país no pudo ser más fugaz: en el único viaje que he hecho al Lejano Oriente, el avión hizo escala en Nueva Delhi. Al descender, una inmensa extensión de chabolas o viviendas desastradas; en el interior del aeropuerto, una gran efigie de Suria, el dios solar, presidía el lujo casi insultante de las tiendas de Cartier, Vuitton, Dior y otros dioses contemporáneos.

Hay que dar la razón a Juan Goytisolo cuando criticaba el ombliguismo y el escaso interés real de los españoles por otras culturas. En el caso de la India, curiosamente, vienen de Málaga los tres últimos escritores que han hecho aportaciones valiosas. Chantal Maillard, nacida en Bélgica pero aclimatada al Mediterráneo, poeta y pensadora en español, reunió en India (2014) textos en verso y prosa que abarcan un cuarto de siglo, desde 1987, cuando realizó su primer viaje a Benarés. A pesar de su lamento por las pérdidas que ha traído la modernización de ese país, Maillard ha encontrado siempre a orillas del Ganges la proporción suficiente de otredad como para que su conocimiento fecunde y desestabilice sus seguridades europeas.

Por su parte, el poeta malagueño Jesús Aguado, en Cuaderno de Benarés (2018) resumía que para él, la India es «un lugar para los sentidos más que para el intelecto -o mejor: aquí el intelecto se metamorfosea en piel suave, en mano despierta, en lengua feliz».

Muy distinta es la novela Vâhana (2017) de Pablo Martínez Rosado (Málaga, 1978), escritor trotamundos, actualmente profesor de literatura en el Collegio del Mondo Unito en Duino (Italia), pero que durante cuatro años vivió en Bombay.

En la primera parte del libro, Martínez Rosado renuncia al exotismo y a mirar la India desde los ojos occidentales y nos sitúa en la mirada del nativo. René y Eleanor son dos indios con visiones muy distintas. Él, que nunca ha salido de la India, trabaja en una tienda de cortinas. Ella, que ha vivido en Londres y París, está empleada en una empresa de recursos humanos de la que dependen trabajadores como René, con quien iniciará una imprevisible relación. La novela expone con crudeza las desigualdades económicas que dejan en mera teoría las libertades que pregona el neoliberalismo. René se siente extranjero en su ciudad cuando camina por lugares como el barrio de Bandra. Esa «Bombay chic, llena de restaurantes de todo tipo; salpicada por algunas tiendas lujosas» donde su chica se mueve como pez en el agua, es «una parte de la ciudad que había permanecido inaccesible para él hasta la aparición de Eleanor».

La segunda parte mira la India desde los ojos de Lila, una británica que viaja desde Bangalore a Benarés. Lila transmite sus impresiones, la del «bullicio tremendo» y «el universo sonoro» hecho de miles de sonidos urbanos, se entrega al exotismo y disfruta del transporte en rickshaw, desde el que ve la ciudad como «un inmenso parque de atracciones». Las vidas de Lila y René, tan distintas, se revelan al final como sorprendentemente relacionadas.

* Escritor.