Es palmario que Dios no tuvo de su mano a Pedro Sánchez para investirle con las virtudes propias del buen príncipe (siquiera bananero). De eso no hay duda. Pero es más, Pedro Sánchez, dadas sus pocas luces y sus muchas marrullerías, resulta ser un bulto sospechoso y, como todos los bultos sospechosos con mando en plaza, resulta peligroso para sus gobernados. La doctrina se divide: para unos es un mero inane mental, para otros alcanza la condición de pérfido moral. Están también, por supuesto, los que, a la sombra del poder, le defienden y, defendiéndole, defienden la sopa boba de sus propios intereses. A estas alturas, salvo familiares de hasta tercer grado y amigos (sin graduación), a Pedro Sánchez solo le exculpan los que viven del reparto de cargos, subvenciones, canonjías, prebendas y mamandurrias públicas (muchos). Los enamorados de su apolínea figura (algunos). Y los forofos del PSOE (pocos). Muchos algunos pocos. Y punto.

Saber quién es Pedro Sánchez no tendría mayor aliciente si no fuera porque una concatenación de planetas le ha sentado donde se sienta. Y siendo presidente del gobierno es necesario esclarecer la naturaleza de su tara. Porque Sánchez sufre una tara que le invalida para presidir el gobierno, no ya de España, sino de su comunidad de vecinos (si algún día saliera de Moncloa). En esto están de acuerdo todos los que son libres para opinar y valientes para decirlo en alta coz. De Felipe González en adelante. Y hasta el mismo Alfonso Guerra. ¿Pero cuál es esa tara exactamente?

Pedro Sánchez es algo chorlito y algo guapo. Mezcla explosiva, salvo que te dediques al cine. Entre esos dos elementos iniciales ha ido fermentando la soberbia. A Sánchez le duele la cara de ser tan guapo. Y a fuerza de verse guapo se ha hecho resistente a las bofetadas (lo que vulgarmente se conoce como tener dura la cara o, simplemente, ser un caradura). Solo atiende a sus turiferarios, una cohorte de marginales que han ido medrando en los retretes del partido y, evidentemente, no tienen ningún interés en dejar de medrar. Por lo menos hasta junio de 2020. Ahora, y mientras los separatistas de toda laya quieran, hasta que los rompedores de España digan basta, todos esos marginales tienen despacho y secretaria, café y porritas a discreción. Resistencia al cambio podría titularse.

Sigamos el razonamiento. ¿A dónde conduce la soberbia en fermento con la estulticia? En la respuesta a esta pregunta está el quid de la cuestión. A la incapacidad o al crimen. La ley priva a las personas físicas de la facultad de obrar por sí mismas cuando sus capacidades están gravemente menguadas. Pudiera ser el caso. Pudiéramos encontrarnos ante un incapaz gobernando España. O, la otra opción, pudiéramos encontrarnos ante un criminal. En este último caso no sería falta absoluta de capacidades, sino el empleo de esas capacidades para violentar las leyes. ¿Incapaz o malhechor? Por lo que vengo oyendo van en aumento los que piensan que es más acertada la segunda opción. Los que creen que Pedro Sánchez es capaz de hacer leña con los muebles de la Moncloa con tal de pasar allí otro invierno. Los que se crisman cuando pone España en manos de quienes quieren romperla con tal de boquear un cuarto de hora más en palacio. Los que piensan que miente más por interés que por vicio. Los que piensan que, más que cretino, es felón. Y los que a su crimen le llaman traición.

Ustedes eligen. Pero hay otra cuestión pendiente. Y de suma importancia para todos. ¿Cuál es la responsabilidad de los que amparan los comportamientos de Pedro Sánchez? Y no hablo de los separatistas (cuanto peor mejor). Ni siquiera de los comunistas (mejor cuanto peor). Hablo de los socialistas con cargo en esto que, de momento, sigue siendo España,. De los socialistas (supuestamente españoles) que callan y miran para otro lado. Por interés o por vicio, claro está. El interés nos hace cobardes; el vicio, por el contrario, nos insufla valor para mentir. ¿Incapaces o malhechores?.