Son sus vidas. Son nuestras vidas. Diferenciarlas sería aceptar que ellas son menos dignas de vivir. El año pasado, 2.275 personas murieron tratando de llegar a Europa. Se estima que hasta un 80% fallecieron por ahogamiento, pero también se da cuenta de decesos bajo custodia oficial y de represiones mortales en las fronteras. Más de 400 personas se han suicidado. Cada una de estas muertes está recogida en The List, la relación que la artista turca Banu Cenetoglu elabora desde el 2001. Un excel en el que se recoge el lugar, la fecha y la causa de la muerte de cada migrante, así como su país de origen, hasta contabilizar 35.597 fallecidos. Un aséptico inventario que destila todo el horror que una política de fronteras insensible a los derechos humanos es capaz de producir.

El Open Arms está bloqueado en el puerto desde el 8 de enero. Ya no hay oenegés de rescate en el Mediterráneo. Las pocas personas que alcanzan las costas europeas llegan en unas condiciones deplorables. La política de la muerte se impone.

Mientras las voces de la ultraderecha cargan contra las oenegés acusándolas de connivencia con las mafias, son los gobiernos los que pactan el control de fronteras con terceros países como Libia, un estado fallido en manos de milicias que desguazan los derechos humanos. Callar o mirar para otro lado es aceptar el asesinato, la esclavitud y el sufrimiento de miles de personas.

Cerrar los ojos es una opción hasta que la información nos fuerza a mirar. La lista elaborada por Cenetoglu o algunos de los testimonios recogidos por este diario bastan para recordar que una tragedia sin precedentes se está produciendo en el Mediterráneo, la frontera más peligrosa del mundo.

Un mar convertido en un inmenso sepulcro donde también están naufragando los valores básicos de la humanidad. Cuando aceptamos que una vida solo vale el rendimiento que puede ofrecer, resulta muy difícil creer en nuestra conciencia colectiva.

Si menos personas llegan a nuestras costas, menos peticiones de asilo habrán. Este es el frío cálculo que parece animar a los estados de la UE a permitir un continuado crimen contra la humanidad.

Al fin, somos los ciudadanos los que debemos negarnos a que la infamia se produzca en nuestro nombre. Y exigir que el Open Arms vuelva a surcar las aguas.