Con los años me he acostumbrado a las decepciones pero ingenua como soy y, pese a ser consciente de que todo el mundo no es bueno, dudar diariamente de que el mundo esté bien hecho y saber que el mejor de los mundos posibles es una payasada de Leibniz, por carácter o supervivencia prefiero confiar en las personas. Reconozco que, si este mundo es matemáticamente óptimo, a mí se me escapa y que además eso no consolará a los padres de Julen, ejemplo clamoroso del misterio del mal en nuestra existencia. Pero también compruebo a diario, como Snoopy, que algún día tenemos que morirnos pero todos los demás, no.

Con ese espíritu me enfrento a las próximas decepciones, que en breve plazo serán políticas. Estoy preparada para ello, pues, como la mayoría de los españoles, los protagonistas de la cosa pública nos han deparado múltiples chascos a los votantes de uno y otro signo. Recuerden, si no, aquel Rajoy que despachó de un plumazo el coñazo del desfile, o aquel Solana, secretario general de la OTAN, poco después de sus 50 razones para decirle que no a la misma. O a todos aquellos ingenuos que salieron a gritar por el derecho a la vida y el partido al que dieron el encargo lo tiró a la basura. O la señora que comprobó que la República no existe,… idiota, minutos después de ser proclamada y que quedó inmortalizada como máscara más trágica que la de Michael Corleone al final de la tercera parte de El Padrino.

En este relato de decepciones, acabaré con una confesión. Puedo pasar por que los políticos a los que vote me decepcionen…que lo harán. Lo que me tiene destrozada es que la persona en que he puesto las esperanzas de mi renacer doméstico lo haya hecho también. Y de un modo vulgar. Marie Kondo, la mujer sabia que prometió cambiar mi vida, y la suya, querido lector, miente. Porque mis calcetines y braguitas no caben en los rollitos vacíos del papel higiénico. Y eso sí que no lo perdono. Yo que confiaba en lograr este objetivo modesto pero alcanzable. No ya el futuro de mi pensión, sino el orden de los cajones de mi ropa interior Pues ni eso me será dado.

* Profesora