Hagan la prueba. Si les pido que piensen en un vicepresidente en España, el más poderoso que hayan conocido o que tengan presente que ha gobernado, ¿quién se les ocurriría? En la mayoría de casos, seguro que en primer lugar Alfonso Guerra, quien fuera durante unos años clave la mano derecha (e izquierda) de Felipe González en la Moncloa y en el PSOE. ¿Y si les pido que piensen en otro vicepresidente del país que sea? Al Gore, que estuvo a punto de suceder a su presidente, Bill Clinton, sería también seguro la opción más espontánea. Pero, ¿por qué? ¿Y por qué ellos y no Dick Cheney, el protagonista de la película Vice. El vicio del poder?

Después de los Oscar, el protagonista de esta película, a quien encarna Christian Bale, recupera seguramente el papel que él mismo se quiso restar al servicio de una estrategia: mandar sin liderar. Esto ha sido común, más en España que en Estados Unidos, donde la figura del vicepresidente es más simbólica. Pero Cheney rompió la norma. Y así, al estilo de los Guerra, Narcís Serra, María Teresa Fernández de la Vega o Soraya Soraya Sáenz de Santamaría en España, pasó a gobernar ámbitos de poder clave en el entramado de su Ejecutivo. En el caso de Cheney, como lo muestra la película, habiendo pactado con su tique electoral, George W. Bush, un reparto de competencias y de responsabilidades que el contexto y la naturaleza de aquella peculiar figura presidencial hicieron posible.

Con su evidente parte de construcción cinematográfica, Vice tiene la virtud de explicarnos eso y más cosas. En clave humana: la importancia en la vida (en este caso en la política) de saber identificar tus puntos fuertes y débiles, y actuar en consecuencia. Focus groups, encuestas y sondeos decidieron que Cheney descartara una carrera por la presidencia, pero además le ayudaron a elegir un caballo ganador y un leitmotif con los que cabalgar el núcleo del poder. Y desde ahí ejerció de presidente en la sombra.

Quizá es uno de los vicepresidentes menos recordados, sobre todo fuera de su país, pero de los que mayor incidencia hayan podido tener en la agitación de un tablero internacional que después de los atentados del 11-S, durante su primer mandato, quedaría patas arriba.

Y quizá esa mano casi invisible que mueve los hilos políticos, económicos o militares, sin que el común de los mortales sea consciente, sea el gran retrato de esta potente película. Porque nos muestra cómo la mayor parte del tiempo se nos escapa quién realmente manda. Quién realmente decide. Quién realmente nos condiciona la vida, no solo la política. Porque detrás de los carteles electorales y de sus ilustres protagonistas, unas cada vez más sofisticadas maquinarias de gobiernos y de partidos establecen el cómo, el cuándo y el qué (cada vez más en este orden), a cubierto, lejos de los focos de las cámaras.

¿Y eso cómo se controla, más allá de la demanda superficial de transparencia con que pretendemos mirar con lupa de color amarillento a nuestros líderes? Una idea: yendo al fondo de las cosas. Donde obran los Cheney del mundo. * Periodista