Ahora que tanto se habla de símbolos, no estaría mal recordar que vivimos de las imágenes y recuerdos que vamos acumulando en nuestra memoria. Más allá de lo político o lo sentimental, más cerca de la memoria y el corazón de lo que nos parece, ¿quién no lleva grabado a fuego o en la piel todas las vidas que ha vivido ya? Si nos paramos a pensar, nos daríamos cuenta de lo mucho que acumula nuestro disco duro interno en materia de experiencias, crisis, alegrías o, simplemente, sueños por cumplir. Por eso a veces es tan bueno acudir a situaciones en las que los símbolos se convierten en un arma positiva, de esas que dan fuerza y ánimo para seguir adelante. Seguro que ninguno de ustedes ha olvidado a un ser querido si se mira el anillo que llevan puesto, quién no ha sido feliz con una foto entre las manos que le recuerde un tiempo que ya no es o, por qué no, dónde quedaron las pisadas en la arena de aquella playa que ahora va estando más cerca con la llegada del buen tiempo.

Los símbolos nos dan de vivir, claro que sí, nos acercan a ese tiempo en el que todo parece de otra manera y que nos sirven para reconocernos en el espejo del tiempo que ya ha pasado. Estamos rodeados de ellos y no nos dejarán escapar nunca, aunque nos propongamos ponerlos atrás. Ahora que hay versos en las aceras y la primavera es más fresca, no hace falta acudir a colores para demostrarnos que el reguero de señales que vamos dejando a nuestro paso es tan manifiesto como auténtico. ¿Quién no supo de niño que el balón era el símbolo que le acompañaba? ¿Quién no sabe que más allá del cielo no hay más infierno? Guarden en un puñado de minutos un manojo de historias que marcaron el paso de una etapa en sus vidas. Eran señales, sencillamente maneras de continuar el paso hacia donde creímos mejor. Feliz primavera.