La violencia simbólica es esa violencia que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en una «expectativas colectivas», en unas creencias socialmente inculcadas». Así explicaba el sociológo y académico francés Bordieu (1930-2002) las relaciones de dominación que se producen en el ámbito de las agrupaciones de ciudadanos.

Para conseguir un control de los que tienen que ser protagonistas del proyecto político hay que facilitar que las relaciones que se establecen entre los ciudadanos se sustenten en el terreno emocional. Los medios de comunicación juegan un papel determinante en este proyecto. Se construye la creencia de una identidad atacada por un enemigo necesario. Se siembra la semilla y se ejerce una violencia refinada, no evidente y brutal. No concentrada en un solo acto y con un protagonista. Es un proceso lento y difuso. Como una mancha de aceite sobe un tejido permeable. Se conduce a la población a un estado agéntico, como ya definió Milgram (1933-1984), profesor de psicología social, al explicar el comportamiento del individuo o el colectivo obediente, y que no cuestiona, a quien considera una autoridad llegando a ejercer la violencia sobre otro.

La autoridad se disfraza de sentido político, de sentido económico, de sentido común. Las piezas comienzan a ajustarse en el tiempo y ahora hay que buscar el momento de crisis oportuno.

El comportamiento del movimiento secesionista es de manual y puesto en práctica con gran maestría por las organizaciones culturales y políticas en Cataluña. Es por esto que el problema que se plantea en parte de la sociedad catalana es complejo. La semilla de la violencia está sostenida en el tiempo y es lo que con asombro han visto los guardia civiles en los ojos de algunos concentrados en actos del 20-S o del 1-O. Las inexplicables miradas de odio.

En este escenario, que algunos de sus soñadores crean detrás del telón de los símbolos sociales y la iconografía de la propaganda, hay más que lazos o colores y libertad de expresión. Llevamos toda la humanidad construyéndonos a través de ellos para elogiosas y funestas causas. El uso perverso que se haga de los símbolos para articular creencias contra el otro es el verdadero origen del problema. La identidad de los colectivos no tiene porqué justificarse frente a un enemigo, y no por publicitados son más legítimas que otras. Es necesario ir al origen y cuidar que no se dispersen semillas de violencia, lo llaman internacionalizar en conflicto, para evitar futuras miradas de odio y obediencia debida.

Las preguntas son ¿por qué se quieren ir? ¿Por qué comenzaron a aplicar el manual? ¿por qué necesitan de los símbolos? y ¿qué dice el manual cuando se llega a este punto en el que estamos? H* Profesora de Comunicación Audiovisual