Me refugio pasada ya la medianoche en el tedioso y frustrante ‘zapping’ habitual y por fin encuentro en una televisión pública islas de pensamiento, perspectiva y contemplación que tanto se echa de menos en la jornada de un periodista, sometido estos días con más intensidad de lo que ya es habitual, a un ceremonial de política y elecciones en el que me cabe la duda razonable de que crean sus propios protagonistas, los candidatos.

La noche anterior ha sido la ‘pegada de carteles’, una rémora del pasado en el que efectivamente sí hacíamos cubos de cola con una bolsa de polvos -en invierno era más difícil por la temperatura del agua corriente del grifo, y reíamos con aquella letanía cambiada de «di-so-lu-ción de los grumos represivos»- y largábamos aquel cepillo sobre la pared intentando eliminar las arrugas en el papel sobre el que se había impreso la cara del candidato, poniéndonos perdidos entre brochazos incontrolados y cepillos demasiado empapados, que repartían aquella cola a diestro y siniestro sin respetar pelambreras, camisas ni pantalones.

Los partidos se resisten a acabar con siquiera un pequeño relicto de lo que era un método de propaganda, el más barato desde luego, a veces el único, y efectivo porque la gente se fijaba, para machacar al elector con la figura del candidato y meterle en la mollera aquellos tres o cuatro lemas básicos de lo que era un programa electoral, aquello que cínica pero sinceramente Tierno Galván dijo que se había escrito para no cumplirlo.

Se resisten y desde hace años se practican paripés impropios de los tiempos de verdad, crítica y poner todo al descubierto que vivimos; se hacen simulacros de pegadas, así descaradamente anunciados a los medios de comunicación, en un arranque de campaña y lanzamiento de mensajes más bien inútiles en estos tiempos de información continua donde el elector, más que en lo certero del programa electoral del partido propio, busca el error en los discursos y actuaciones del contrario.

Un cuerpo ciudadano, político, y periodístico cada vez más cansado, asiste, asistimos, a este ceremonial tedioso del que al final de la jornada laboral en lo que me toca, trato de recuperarme con ese arma, el mando a distancia, que hace pasar las chorradas y anuncios televisivos ante nuestros ojos como una película reflejo de la mediocre vida pública nacional, que destila en sus últimos momentos del día concursos o lo que sea de todo tipo, realitys indecentes, reportajes-espectáculo por parte de periodistas convertidos en estrella, y la inevitable tertulia futbolera donde una pequeña minoría de comentaristas intentan defender al Real Madrid mientras el resto se dedican a zurrarle.

POR ESO, COMO náufrago, aterrizaba la otra noche por fin en una isla de calidad, entretenimiento, información y crítica, cuales eran dos programas sobre el paso de los visigodos por Extremadura, y luego un muy oportuno espacio sobre los árboles urbanos y la mala práctica en nuestras ciudades con ellos. Tengo que reconocer que son dos cuestiones que me gustan, me gusta la historia, me atraen los primeros siglos, y adoro al amigo árbol. Y era en Canal Extremadura, en esos momentos un ejemplo frente a otros canales públicos, y pienso en La 1, que naufraga manifiestamente en su indefinición porque ni es en general una televisión de calidad y a la altura del servicio público adecuado a su financiación igualmente pública, ni logra atraer demasiada audiencia rebajándose a los múltiples chef y ligerezas varias que sí hacen fortuna en otras televisiones privadas.

Fue muy estimulante saber que hay técnicos capaces de expresar y convencer de que nuestras ciudades necesitan sombras; y árboles, aceras, y edificios, son perfectamente compatibles, es cuestión de plantar especies adecuadas y aplicarles un manejo acorde. Las podas, ay las podas perpetradas por el correspondiente ‘Perjuicio de Parques y Jardines’ municipal como yo llamo al mío, cuando veo cómo destrozan árboles veteranos que sobreviven como pueden a esos servicios privatizados en manos de multinacionales,y en los que operan algunos trabajadores mal pagados y peor formados.

* Periodista