Sin duda, el momento estelar del último debate electoral lo protagonizó la número uno de la lista del Partido Popular por Barcelona, Cayetana Álvarez de Toledo, cuando, en referencia al consentimiento en las relaciones sexuales entre hombres y mujeres, preguntó: «¿Un silencio es un no? ¿De verdad van diciendo ustedes sí, sí, sí hasta el final?» Su planteamiento fue criticado en el mismo debate por la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, la número dos de Unidas Podemos, Irene Montero, y el candidato de ERC Gabriel Rufián y rápidamente se convirtió en pasto de polémica en las redes sociales.

Álvarez de Toledo matizó después su afirmación, en el sentido de que no hablaba de violencia de género o agresiones sexuales, sino sobre si es posible o no legislar en base al denominado consentimiento positivo, que se basa en que todo lo que no sea un sí expreso es un no.

Es cierto que es muy complicado legislar las relaciones íntimas, pero también lo es que el consentimiento -o más bien, la ausencia de negativa expresa- es motivo de controvertidas sentencias judiciales en casos de agresiones sexuales. Que un no es no está fuera de duda. Como sostiene el feminismo, en ocasiones un sí puede convertirse en un no una vez iniciada la relación sexual, y en casos de agresiones sexuales la intimidación que sufre la víctima hace que se refugie en el silencio y no verbalice su negativa. En estos casos hay consenso en tildar de escandalosas las sentencias que consideran este silencio como un sí o como atenuante para el agresor.

La frase de Álvarez de Toledo no es inocente y no busca plantear un debate sobre los límites del legislador. Forma parte de la estrategia de la derecha el menoscabar algunos preceptos de la igualdad de género.