No puede ser, me digo una y otra vez, porque la muerte, esa misteriosa palabra, no iba contigo. No me enteré de nada al principio, solo sabía que desde hacía unos meses no contestabas mis mensajes y me costaba trabajo pensar en que estuvieses enfadada. Más tarde me dijeron que te había ocurrido algo muy fuerte, pero no me contaron qué y no quise indagar ni molestarte, pues no sabía si era referente a tu hija o por otro motivo.

Luego el destino nos unió una mañana durante unos momentos y, como siempre, fuiste muy cariñosa conmigo. Me dijiste que habías tenido un problema de salud pero que te estabas recuperando. Te deseé lo mejor y apelé a tu fortaleza. Me abrazaste, me diste un beso y me pediste que te guardara un ejemplar del libro que había publicado y te lo diera en el reading de la taberna inglesa.

El sábado leí la triste noticia en el periódico y no acabo de aceptarlo. Eras bella, hermosa, fuerte y compasiva; a veces, hada, a veces, jipi, a veces, poeta, y siempre, la mejor versión de una mujer.

Cómo no admirarte, cómo no sentirse orgulloso de tu amistad, cómo no reconocerte en cualquier manifestación artística que reflejase tus ansias de ser libre. Puedo escuchar el brío de tu voz declamando un poema, puedo verte con tus vestidos estampados bajando la cuesta del Rodeo, puedo ver tu independencia que tanto acompañaba, tu verdad venciendo cualquier mentira. Necesitaríamos a una Virginia Woolf para que te describiera e hiciese justicia a tu valía, la justicia que, en estos momentos, te ha negado la vida. Descansa en paz.