Trabajo en una comunidad terapéutica donde atendemos a personas drogodependientes que, a menudo, tienen asociada patología dual. La adicción que sufren es una dolencia que afecta a muchas personas y puede estar al alcance de cualquiera, puesto que no tiene que ver con clases sociales ni género. Muchas son las historias que estas personas llevan en su mochila. Experiencias buenas, pero también otras que hacen daño y marcan emocionalmente, haciendo que el peso de su mochila sea muchas veces incalculable. Su trabajo introspectivo hace posible la conexión entre el propio cuerpo y las emociones, y es en momentos de máxima trascendencia donde la dimensión espiritual resurge intentando dar un sentido a todo aquello que viven. Cada día trabajamos muy duro para acompañar a estas personas a producir un cambio en su vida. No es un trabajo fácil. Las emociones afloran. Las dificultades se hacen presentes y la desesperanza, a veces, nos hace andar sin saber a dónde vamos. Es en estos momentos de sufrimiento donde aparecen las necesidades más íntimas, las que tratan de dar un sentido a todo ello, donde las preguntas a menudo no encuentran respuestas. La vulnerabilidad de las personas nos atrapa y no podemos quedarnos quietos, porque el cambio es posible. Un cambio que es fruto de aprender una nueva manera de hacer y de ser en el mundo, porque la adicción viene producida, entre otros factores, por una mala gestión emocional en situaciones de sufrimiento. Preguntarnos el porqué y el sentido de todo lo que nos pasa nos permite desarrollar una espiritualidad que hace posible que sigamos andando, porque nadie dice que la vida sea fácil, pero sí que es maravillosa.