No se preocupen, no es un artículo filosófico. A estas alturas, centenares de compañeros docentes (según las últimas recomendaciones de la Real Academia Española (RAE), utilizo el término inclusivo, contrariamente al desdoble de compañeros, compañeras) conocieron ayer tarde, bastante tarde, los centros educativos donde pasarán todo un curso escolar.

Contrariamente a lo que se piensa, no solo son funcionarios interinos, también los hay, y muchos, funcionarios de carrera. Tanto para unos como para otros la situación es angustiosa y que muchos ciudadanos desconocen.

El sistema educativo adolece mucho de esta precariedad laboral, pero no es sola ni exclusivamente Extremadura, incluso para no faltar a la verdad, Extremadura es de las pocas, que procura que sus ‘sindestinos’ lo sepan con la suficiente antelación para poder organizar su vida laboral y familiar.

Cada vez hay menos niños, es cierto, de hecho, y en referencia a un reportaje de este periódico, cada vez hay más perros que niños por habitante, cuestión ciertamente para reflexionar y preocupar. Para aquellos que desconocen nuestro mundo educativo, seguramente hoy haya, y no es exageración, miles de personas buscando dónde podrán vivir, si podrán compatibilizar su familia y trabajo, si tendrán que rechazar ese puesto tan ansiado, si tendrán que aprovechar este mes de agosto para compensar la distancia de todo un año o simplemente buscando en Google dónde tendrán que pasar algo más que el invierno.

No crean que culpo a la Administración de esta situación, es común y general en todo el Estado, pero sí quiero desde estas líneas desmitificar la figura del docente, tanto del interino como del funcionario.

No somos unos privilegiados, ni nuestras vacaciones están más ajenas que las de muchos funcionarios, ni nuestros trabajo fuera del trabajo es menor, incluso diría, mucho mayor que la del resto. Quizás muchos ciudadanos no han caído en la cuenta que en septiembre suelen preguntar quién les tocará a su hijos, quién vendrá, de dónde será o cuánto tiempo estará. Lógico y normal, pero pocos caen en empatizar con aquellos que deben dejar sus familias, su pueblo, su ciudad, sus amistades, su circulo de seguridad, que ahora en ambientes pijos se llama así, por seguir entregados a la docencia.

Nuestra vida es así, pero nadie la cuenta, y si no se cuenta, no se sabe, y si no se sabe, no se valora, solo se pregunta quién vendrá este año. Pues seguramente no se preocupe, porque será alguien que ha renunciado a muchas cosas por enseñar a su hijo.

* Maestro