Cómo se echa de menos el funcionamiento de los Bancos y Cajas de Ahorro de hace unos años hasta nuestros días! Y la verdad es que no ocurre desde hace tanto tiempo, pero desde unos quince años hasta ahora, la cosa ha cambiado de manera drástica, terrible y preocupante, primero para los clientes, pero también para los propios trabajadores de los establecimientos que, desde hace tantos años, se encargan de custodiar nuestra pecunia.

Hay muchos profesionales de la banca que han perdido sus puestos de trabajo o se han visto obligados a traslados forzosos o a una prejubilación anticipada en condiciones no muy favorables. Pero lo peor de todo es que las entidades bancarias se han encargado de echar literalmente a los clientes a la calle. Comenzaron, hace ya unos años, a abrir unas ventanas en sus propias fachadas a las que denominaron cajeros automáticos, y efectivamente supusieron la automatización del sistema que, aunque al principio no se notaba demasiado e incluso nos gustaba, era un sistema que permitiría ir deshaciéndose poco a poco de sus propios trabajadores y, sobre todo, de los clientes a los que parece que no los quieren ver ni en pintura dentro de las oficinas.

Siguen presentando una amabilidad forzada con sonrisa incluida cuando alguien se acerca con dinero para abrir una cuenta, pero la sonrisa y la amabilidad no aparece después ni siquiera en la letra pequeña del contrato que te hacen firmar dieciocho veces. Te ofrecen con la cuenta abierta una tarjeta que, aunque te explican y te recalcan sus ventajas, se convierte después en el anzuelo con el que pica el cliente. Aparte de que te la cobran de sobra, se convierte en el mejor aliado del banquero.

Es cierto que nunca dieron duros a pesetas, pero antes trataban a los clientes con dignidad y ayudaban sobre todo a las personas que, por su edad o preparación, se sentían perdidas a la hora de realizar alguna operación en sus oficinas.

Me dolió enormemente el otro día al acercarme a una entidad, aquí en Cáceres, a hacer una operación. Había una señora mayor que me precedía en la fila y que pedía en ventanilla una cantidad de dinero. Tras la ventanilla, más que un señor educado, parecía atenderla un Rottweiler, por la cara de perro que mostraba, y por el miedo que daba mirarlo, no sé si por los dientes que tenía o por lo que ya le faltaban. Le reprochaba el empleado a la señora que, si quería retirar 500 euros de su cuenta, no se los podía dar en ventanilla, sino que, si tenía tarjeta, obligatoriamente debía sacarlos en el cajero, porque no se dispensaba en la ventanilla cantidades menores de 600 euros.

La señora solicitaba que le diera el dinero en la ventanilla, y en un sobre, posiblemente por precaución, pensando que si salía a la calle no se sentiría segura a la hora de sacar tanto dinero. La señora no entendía la nueva política de la banca moderna, que es, «dame todo tu dinero, y no te queremos volver a ver por aquí, a no ser que quieras abrir otra libreta». Todas las demás operaciones, al cajero automático. Si quiere usted pagar unos recibos, al cajero. Si desea pedir un préstamo, al cajero. Si quiere cobrar su pensión, y no alcanza los 600 euros, al cajero. Si quiere poner una reclamación, al cajero…

No suelo hacerlo, pero no me pude resistir y le pregunté al «cara perruno», que por favor, si tanto problema suponía el darle a la anciana el dinero en mano. Me miró con los ojos vueltos, y accedió a darle el dinero a la señora.

Al llegar mi turno, me preguntó de malas maneras, ¿y usted qué quiere? Y se le escaparon unas chispas de saliva por el lateral izquierdo de su boca. Y yo, un poco «acongojado», la verdad, y como no llevaba la tarjeta a mano, aunque tenía pensado ese día sacar 400 euros, le dije, con la voz un poco temblorosa, que me diera 650.

* Exdirector del IES Ágora de Cáceres