Una de las verdaderas razones por las que les escribo cada semana es para no perder la capacidad de comunicarme. De seguir comprobando que, a pesar del ruido que a veces nos rodea, sigue en pie la intención honesta de hacer llegar mis mensajes al resto del mundo, sean equivocados o no. Hago esta reflexión para admitirles que, con el inicio del curso, tengo la sensación de volver al día de la marmota, a ese bucle en el que se ha convertido la negociación política para que España tenga un Gobierno que evite otra convocatoria electoral. No voy a hacer una reflexión sesuda de programas, contenidos o reparto de cargos, ni siquiera de estrategia política porque, haberla, la hay y mucha. Y si no, ya verán que tendremos que esperar de nuevo hasta el último minuto para saber si Unidas Podemos apoya al PSOE para que mande o no en este país.

Sin embargo, lo que resulta más paradójico a los ojos de este columnista es que los equipos negociadores se hayan ampliado con el objetivo de que el barco no se hunda en la orilla. Eso significa que la comunicación entre las partes fracasó, como luego se hizo patente, en los contactos que se mantuvieron hasta última hora antes de la fallida sesión de investidura en julio pasado. Admito que a mí también me pasa. Que necesitaría un buen intermediario para que alguna de mis negociaciones no se fueran al traste, precisamente por la falta de comunicación en la que derivan alguna de ellas. Hagan memoria y piensen cuántas veces dejarían de discutir si esta figura existiera en nuestras vidas como un ángel de la guarda.

Por este motivo, y extrapolando el momento político que vive España, no sería mala idea que fuéramos tomando nota de que un buen curso no solo depende de empeñarse en hacer mejor las cosas, ir al gimnasio o cuidar la alimentación durmiendo ocho horas. También depende, y no saben cómo, de que nuestra comunicación con los demás sea saludable. Les prometo que yo también lo voy a intentar.

* Periodista