Los límites siempre han delimitado nuestro mundo, de una manera u otra. Para el filósofo Wittgenstein, eran los límites del lenguaje los que delimitaban el mundo. Para cualquier ciudadano los encontramos en las leyes, penales, civiles, tributarias... los psicólogos nos hablan de su eficacia en la educación, los expertos en seguridad vial, de los límites de velocidad. ¡Qué decir de la economía! Hasta para acceder a un puesto de trabajo, público o privado, existen límites.

Pero fuera de este mundo real, sigue existiendo la caverna, tal y como la describió Platón. La caverna de la política, tan alejada de la realidad. Basta comparar las prebendas que rodean a las poltronas. Sírvase de ejemplo lo que cobran Sus Señorías en dietas mensuales, la renta básica de tres familias. Ese mundo paralelo cuenta con límites muy difusos que algunos tratan de borrar a golpe de decreto. Aquí, en la Extremadura despoblada, nuestros gobernantes quieren eliminar el límite de mandatos. Hasta Trump lo tiene, gracias a Dios. Una de las prioridades del gobierno autonómico parece ser que no existan límites para el venerado líder. La historia está repleta de ejemplos de lo peligroso que es perpetuarse en el poder, Iniciatus fue cónsul de Roma por obra de Calígula y hasta Lord Byron lo advirtió. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.