Sigo sin entender del todo por qué PSOE y Unidas Podemos no se han puesto de acuerdo en sacar un gobierno de izquierda, una política de izquierda desde el gobierno aunque fuera, cuando resultaron capaces de hacerlo, hace menos de un año, en torno a un documento extenso, un programa político de amplio espectro, del que surgieron algunas medidas ya aplicadas, pero que en su casi totalidad quedó inédito.

Inédito porque iba en buena parte contenido en el proyecto de presupuestos generales del Estado de 2019 presentado en las Cortes por el Partido Socialista y que, ahora con perspectiva, fue tumbado como era de esperar por el centroderecha, pero de forma irresponsable como nos tienen acostumbrados por los partidos independentistas catalanes, incluia la izquierda de Esquerra Republicana.

Es cierto que con el paso de los meses, con el ceremonial agotador y estéril electoral, postelectoral, de conversaciones, negociaciones y faltas mutuas al respeto en las dos formaciones llamadas a promover gobierno, la única figura política solvente que se mantiene o agiganta es la del PNV. Menuda lección de modernidad y responsabilidad, en general, nos sigue viniendo de Vitoria.

Un territorio donde hace décadas que entendieron la necesidad de colaboración, en el que nacionalistas y socialistas no han tenido problemas en ser columnas de la estabilidad pese a las diferencias, y tampoco la tuvo el PSOE vasco cuando hubo de apuntalarse coyunturalmente en el PP, una aventura que se tiene por no tan feliz pero que básicamente no ha menoscabado la posición que la izquierda no nacionalista de Euskadi mantiene como segunda fuerza política.

No hay por dónde cogerlo que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias hayan sido incapaces de llegar a un acuerdo de mínimos para satisfacer las expectativas de sus electores y deshacer la racha de inestabilidad política que padecemos desde hace más de tres años. Programa, programa, programa, decía con razón Julio Anguita, y en ese acuerdo de hace un año, modélico en mi opinión, y que tocaría tras varios años de políticas de la derecha, ya estaba la mayor parte del programa hecho.

Ambos se han enredado en sus dichos, en sus dudas, en sus marcha atrás o cabalgadas improcedentes, y sobre todo se han contradicho a sí mismos en el sentido de que fueron capaces de pactar, generosamente, un bueno documento, confiaron, sacaron algunas políticas adelante, pero meses después parecían otros.

La solución ya entre ambos partidos me parece imposible, hablo tras las elecciones, por la cantidad de faltas de respeto emitidas, la proclamación de la desconfianza --¿qué ha cambiado desde aquel gran pacto?--, y el engrandecimiento de una brecha irresponsable, para con ellos y para con el país, que necesita cada vez una sonda más profunda. Parece el sino de la izquierda española.

Vamos a un escenario de fuerzas, tras los comicios del 10 de noviembre, que no va a cambiar mucho el panorama según los estudios de opinión, que reforzaría la hegemonía del PSOE en la izquierda, y del PP en la derecha tras haber evitado la ventaja que concedió, por su radicalización, a Ciudadanos en el centro.

Lo suyo es que aún casi estuvierámos disfrutando de una política de concentración PSOE-Cs-Podemos que se intentó en la primavera de 2016, o esa otra de izquierda que electores dejaron en bandeja a Sánchez e Iglesias. A partir de aquí habrá solución de gobierno, de la mano de la responsabilidad que ejerzan Ciudadanos o seguramente será más el PP, pero probablemente no de gobernabilidad más allá de unos meses.

Es increíble que una y otra vez sean posibles fórmulas de gobierno y políticas de centroderecha, incluso de ‘frente nacional’ como se ha adoptado en muchas instituciones en modo de tripartito PP-Cs-Vox, y siempre resulte imposible la de izquierda.

*Periodista.