Como era previsible, la concentración de los amantes de los ovnis en el Área 51, el pasado 21 de septiembre, se ha quedado en nada, o en casi nada. Los dos millones de personas que se inscribieron en un grupo de Facebook para tomar al asalto esta zona militar reservada se han traducido en una reunión de amigos que, a tener en cuenta sus disfraces, no se respetan a sí mismos. 5 detenidos, uno de ellos por orinar en la verja, es el saldo de la boutade de una caterva de individuos que piensan que el lugar está habitado por extraterrestres a quienes los militares norteamericanos tienen en observación. Su objetivo «Salvemos a E.T. del gobierno» tendrá que esperar.

La impronta de Bob Lazar (de quien escribí hace unas semanas), un científico sin registro académico que asegura con mucha seriedad y con un discurso convincente haber trabajado en un ovni en dicho lugar (una serie de Netflix analiza su caso), ha devenido en chirigota.

Lo paradójico del asunto es que los ufólogos que hacen caja vendiendo teorías conspirativas, esos que animaron a la gente a presentarse en el Área 51 (obviando posibles consecuencias mortales), no acudieron a la cita. Estos listos son como esos generales que observan desde una colina cómo sus soldados tratan de sobrevivir en el fragor de la batalla.

El fracaso en Área 51 no va a detener a los adictos a la ufología, más bien al contrario. Inasequibles al desaliento, llevan desde 1947 (concretamente, desde el presunto platillo volador de Roswell) alimentando un relato de ciencia ficción que no ha arrojado una sola prueba física. Sospechosamente, los cielos están llenos de ovnis, pero en el suelo no tenemos un solo tornillo extraterrestre al que echarle mano.

Siento pena por el pobre E.T., a quien han de salvar no sus tecnificados compatriotas del espacio, sino una panda de flipados que se disfrazan de alienígenas y se orinan a la vista de todos.

* Escritor