No conozco (personalmente) de nada a Luis Salaya. Ni siquiera por referencia, que es lo que la leyenda dicta que debiera pasar en una ciudad pequeña como es Cáceres. Tampoco resido ya en la ciudad, y eso limita las «mundanas» coincidencias que salpimientan las relaciones en ciudades como la nuestra.

Por supuesto, como todos, seguí con interés la campaña electoral que desembocó en su llegada a la alcaldía. Ni la juventud ni la falta de experiencia me parecen obstáculos significativos para ser un buen regidor. Está claro que sería deseable que los cargos públicos estuvieran ocupados por personas con formación y experiencia de gestión. Pública, privada o mixta. Pero reconozcamos que el actual alcalde no es en absoluto una anomalía en el panorama político nacional, donde lo que abunda --sin discriminación ideológica-- es el perfil político cocinado en las calderas de los partidos. Más regla que excepción. Valga el socorrido «mandato de las urnas», que por cierto suele verse después perdido en la traducción.

Supongo que con todo esto quiero decir que me acerqué sin (pre)juicios a la magnífica entrevista que este diario le hizo a Salaya esta semana. Si la prensa local cumple todavía sus objetivos, en medio de la perenne canción de su desaparición, los tienen todos contenidos en esas preguntas que sólo se explican desde la proximidad y el honesto interés.

Las respuestas, en cambio, facturan un aroma de cierta imprecisión que acaba incluso atrapando al propio Salaya, que en algunos momentos parece incómodo. Todo parece cogido con alfileres o demasiado verde como que haya algo que contar o relatar. O, a lo mejor, simplemente es que la predominancia de su lado político aparece con mayor evidencia. La parte en la que importa más cómo se dice que lo que realmente se dice, ese momento en que muchos políticos se aferran al mensaje como a una botella de agua en el desierto.

Con todo, quizá no sea tan relevante cierta indefinición cuando han pasado pocas semanas desde la constitución del consistorio. Pedimos en ocasiones demasiado a una fase en la que, sinceramente, bastante logro es conseguir un análisis preciso de la situación. Por lo menos yo, prefiero cautela a acción (que además se lleva a cabo con dinero público). Poco que reprochar, cien días no son un regalo sino poco más que una adaptación. Se nota que las negociaciones, que ha sido capaz de tejer, han dejado un desgaste que, espero, se irá limando en la refriega diaria y, curiosamente, con la apertura de nuevos frentes que alejen antiguas diferencias.

Podemos también pasar por alto esa tierna inocencia de pensar que viene una belle époque cacereña cuando las cuentas públicas van a sufrir las lógicas constricciones derivadas del enfriamiento en la economía del país. Lo apuntamos a un exceso de confianza en sus posibilidades, que nunca viene mal creer en uno mismo.

Lo que tiene menos pase es la incoherencia de una planificación en la que toda la arquitectura económica de su gobierno depende de circunstancias que, en el mejor de los supuestos, ni siquiera están aseguradas.

Salaya confía en la llegada del tren como maná salvador que revitalice por sí mismo la economía local. Una confianza que se alinea tanto como los plazos dictados desde Mérida, que más que declaraciones al periódico decano de la región se insinúan propias de un congreso regional del partido.

Incluso si el deseado tren llega, no traerá el efecto taumatúrgico que quiere otorgarle y en el que parece descansar buena parte del futuro de la ciudad. Cierto que una mayor conexión logística provocará un crecimiento en el turismo (cultural, parece ser), pero es imposible que funcione como un deus ex machina. De nada servirá si no se crean las condiciones para atraer las inversiones necesarias y que den garantía y fiabilidad a una política a largo plazo. De nada servirá si no competimos.

Sin embargo, no leemos nada sobre medidas fiscales, potenciación de las infraestructuras municipales existentes, concursos o licitaciones y el plan de inversiones municipal. Todas, por cierto, competencias municipales y propias de una acción de gobierno local. Pero, a lo mejor, en realidad todo es un homenaje a Sergio Ramos y al final de las novelas de Agatha Christie y se resuelve en el último minuto. Mientras se acerca el AVE. Quién sabe.

*Abogado. Especialista en finanzas.