El tiempo que estamos viviendo parece que es en balde, una prórroga de no se sabe qué. Y mientras tanto, este país y esta región al ralentí, sin viento de cola que la empuje. Es la sensación que tiene buena parte de la ciudadanía, en los cafés, en las tiendas, en la calle; que las cosas funcionan por inercia y que vivimos sin rumbo ni destino marcado. Todo hasta que pasen las susodichas elecciones y un gobierno pueda decidir finalmente a dónde vamos, qué políticas hay que poner en marcha ahora que no acecha una nueva recesión. Llevo 25 años viendo pasar elecciones, siendo testigo directo de campañas electorales de todo tipo y ninguna ha sido como esta. A la gente en general le importa un bledo lo que pase, quién gane o pierda en las urnas. Es como si estuvieran viviendo una especie de «Déjà vu» cuya realidad no pudieran cambiar por mucho que nuestros políticos se empeñen en decir a todo el mundo que se aclaren antes de votar y decidir quién quieren que gobierne y con quién.

Se puede decir que hay electores de dos tipos. Por un lado, están los militantes con todas las letras, personas alineadas con un determinado partido que viven en constante campaña electoral. Se mueven allí donde los llaman, llenan pabellones o ferias y arropan a sus líderes cuando hace falta. Son los ‘ejércitos’ de los partidos y van a votar, seguro, a sus siglas bajo cualquier concepto, bien por convicción bien por interés. Los hay del PSOE, del PP, pero también últimamente de Ciudadanos y de Podemos aunque en menor medida. Luego están los electores ‘normales’, personas sin fervor guerrero, de derechas o de izquierdas, que votan de forma reflexiva o por impulso lo que consideran mejor para su país o para sí mismos. Es esa gente la que anda enfadada y harta y ha pasado a importarle un pimiento el proceso electoral porque piensa que no vale para nada y es culpa de los políticos sin distinción. El dicho de ‘son todos iguales’ se ha instalado en sus cabezas y ya no hay vuelta atrás, están tan desmotivados como desmovilizados. No les atraen los partidos tradicionales y se sienten defraudados por los nuevos.

Toda esa gente dudo que vaya a votar, mucho menos que esté pendiente de las elecciones o sepa qué propone cada candidato. Solo un ejemplo: en Cáceres, en las anteriores elecciones, Pedro Sánchez llenó a reventar el Palacio de Congresos. Tanto que más de 500 personas se quedaron fuera. El candidato tuvo que salir a la calle a saludar y agradecer el gesto de tan amplia concurrencia de público. El jueves pasado se desarrolló el mismo mitin en el mismo sitio y cabía todo el mundo. Es verdad que el aforo se llenó, el PSOE no va a consentir que queden butacas vacías que afeen una foto o una toma de televisión teniendo aquí a todo un presidente del gobierno en funciones, pero no había el fervor de la otra vez. Digamos que faltaba esa otra gente que no forma parte de los ‘ejércitos’ de los partidos, pero en otras ocasiones se encuentra motivada y con ganas de empujar a un partido o líder político para ganar unas elecciones.

En los mítines del PP pasará lo mismo. De momento no han programado un acto masivo en Extremadura. En las pasadas elecciones ya tuvieron problemas para llenar recintos amplios, no quiero ni pensar qué pasaría ahora con la desmovilización existente a pesar de que los populares están en remontada y todo hace presagiar que lograrán un mejor resultado. A ver qué campaña hacen y qué líderes nacionales acuden de aquí al 10-N, pero su apuesta por los actos de menor calado parece lo más apropiado.

En Ciudadanos y Podemos la cosa es aún peor. Sus ‘ejércitos’ son infinitamente menores; se trata de dos partidos que viven sobre todo de la marca nacional, por lo que la desmovilización de la gente ‘normal’ les va a afectar sobre manera.

El giro copernicano de Albert Rivera de ayer, diciendo que se abre, de nuevo, a pactar con el PSOE, demuestra que las encuestas le están yendo fatal. Y no creo que la división de Podemos en dos, con Pablo Iglesias por un lado e Íñigo Errejón por el otro, sea bueno para la formación morada a la hora de cosechar escaños en todas las circunscripciones donde presenta candidatura.

Estas elecciones son una incógnita. Nunca en España se habían dado tantos matices diferentes antes de las urnas. Primero por la moción de censura, luego por la convocatoria electoral, más tarde por la composición de bandos de derechas y de izquierdas, y finalmente por la investidura fallida y la nueva convocatoria electoral. A esto se suma ahora la división de Podemos y, para rizar el rizo, el giro de Ciudadanos. ¿De verdad tiene que pasar algo más para que la gente, en general, mande a la porra la política y diga que no piensa votar?