Desde su implantación en los años 80, la escuela concertada ha crecido hasta convertirse en un poderoso lobby económico e ideológico (en un 60% en manos de la Iglesia católica) que copa en torno al 30% de la oferta educativa (frente al 13% de la media europea) y acapara más de 6.000 millones de euros de las distintas administraciones (amén de las «cuotas voluntarias» pagadas por los padres). En algunas comunidades -las más ricas- como Madrid o el País Vasco, en las que se le da todo tipo de facilidades, va camino de tomar la delantera, y en otras -como Murcia- incluye ya a la totalidad de la educación no universitaria.

Sin embargo, cuando se trata de defenderla (del inevitable recorte que tendrá que sufrir por razones igual de coyunturales -descenso de la natalidad- que aquellas por las que surgió), no se habla del gran negocio en que se ha convertido (a costa de nuestros impuestos, claro), lo que no dejaría de ser un buen argumento para un liberal (o casi), sino que se alude más bien a una interpretación fantástica del artículo 27 de la Constitución, en el que se dice que el Estado ha de garantizar el derecho de los padres a escoger la formación moral y religiosa de sus hijos, pero no, en ningún caso -como han recordado la ministra Celaá y el Tribunal Constitucional-, que esa libre elección haya de darse fuera de la escuela pública (ni, por tanto, que se tenga que subvencionar a los colegios privados).

Más allá de los intereses económicos y la fantasiosa interpretación de las leyes, el resto de los argumentos en favor de la concertada son inexactos o falsos. Es inexacto, por ejemplo, esgrimir que la concertada es más barata que la pública (si prestara los mismos servicios que la pública no lo sería). Y es falso decir que la concertada es garantía de pluralidad ideológica cuando, en su mayor parte, representa un modelo ideológicamente uniforme (católico), que evita en lo posible a alumnos «diferentes» (como los inmigrantes), escoge al profesorado por afinidad ideológica (y no a través de oposiciones libres) y cuyos alumnos son, en su mayoría, de clases medias y altas (según estudio de la Fundación BBVA la concertada solo recoge un 7% de alumnos pobres -frente al 33% de la pública-).

En cualquier caso, debería estar claro a estas alturas que la libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos no puede ser irrestricta, sino, además de limitada por las leyes, condicionada por el derecho de los hijos a escoger sus propias opciones morales, religiosas e ideológicas. Este es el verdadero reto: lograr una educación plural y libre para todos, más allá del mercado y del interés y la ideología de unos pocos. La cuestión es cómo.

Una opción -deseable para defensores más serios de la concertada- sería que el Estado financiase todo tipo de proyectos educativos de iniciativa social (mejor que empresarial) procurando fomentar la mayor diversidad posible entre ellos (evitando monopolios ideológicos) y dentro de un marco legal común. Lo malo de esta opción es que produce «guetos» culturales que resulta difícil integrar luego en la comunidad. Por ello, más que ofrecer alternativas educativas y morales en escuelas distintas, se trataría de ofertar esa diversidad en la misma escuela pública. Articular una sociedad plural es difícil sin una experiencia formativa común en la que, a la vez que se oferta todo lo que las familias pueden demandar, se dota a los alumnos de la suficiente capacidad reflexiva, argumentativa y ética para adoptar sus propios valores e ideas y tolerar, críticamente, las de los demás.

Formar en la diversidad, la convivencia y la capacidad para construir un sistema de valores propio son los ingredientes fundamentales de una educación libre y democrática. Algo que requiere de una escuela pública fuerte, bien financiada y al alcance de todos. Pero también de una apuesta decidida por aquellas materias que más directamente fomentan el diálogo, el pensamiento crítico y la autonomía moral; algo que viene al pelo reivindicar hoy, víspera del día con el que la Unesco recuerda que la Filosofía es la piedra angular de todo sistema educativo que aspire, de verdad, a respetar la pluralidad ideológica.

*Profesor de Filosofía.