Los grandes acuerdos en este país han servido para avanzar, creo, además, que es muy importante que reconozcamos el mérito que surge del trabajo y el esfuerzo de quienes lo abordan, porque para ello, las renuncias, las críticas…son obviadas frente al bien y al objetivo común de la ciudadanía; una tarea muy complicada que se obstaculiza siempre por aquellos que solo apuestan por el frentismo, algo que suele venir acompañado de una especie de apariencia de purismo y superioridad moral que poco o nada resultan de utilidad cuando se trata de gobernar para el conjunto de la sociedad.

Uno de estos buenos acuerdos y ejemplo reciente fue en diciembre de 2017 el Pacto de Estado contra la violencia de género en el que los distintos Grupos Parlamentarios, las Comunidades Autónomas y las Entidades Locales representadas en la Federación Española de Municipios y Provincias pusieron su firma unánime en pro de un país sin violencia contra las mujeres, en pro de la protección de las víctimas, en pro de una sociedad más libre, más igual, más democrática. Conseguir ese objetivo no es ni fácil ni rápido, lo sabemos, pero el germen, el camino y las medidas para erradicar la violencia machista están ahí, así como representa la condena sin paliativos a la violencia más ruin, la que asalta la intimidad más profunda del ser humano, la que entra en las entrañas; supimos y confirmamos con ello que una sociedad en la que existe es una sociedad fallida, a la que hay que atender con determinación y diligencia para su erradicación.

Nos pusimos todos y todas de acuerdo en ello, sin fisuras; en la Asamblea de Extremadura este 25 de noviembre volvió a comprobarse, algo que no debería ni sorprender ni extrañar, ¿verdad?, los avances conseguidos suelen darse por consolidados y solo esperamos su evolución progresiva, ¿verdad? Pues no, como decía Plutarco en Consejos a los políticos para gobernar bien: «La mayoría de los reyes y gobernantes, que no son inteligentes, imitan a los escultores torpes, que piensan que sus estatuas colosales parecen grandes y fuertes, si las modelan con las piernas muy separadas, con los músculos tensos y con la boca bien abierta; estos gobernantes, en efecto, creen que con la firmeza de su voz, con la dureza de su mirada, con las malas maneras y con una vida insociable imitan la grandeza y la majestad del poder, aunque en nada se diferencian de las estatuas colosales, que, por fuera, tienen forma de un héroe o de un dios, pero por dentro, están llenas de tierra, piedra y plomo». Eso fue, exactamente, lo que vimos en Ortega Smith frente a una víctima, a una valiente, un hombre hueco, sin humanidad, con la altivez que nace del desprecio al débil.

La sociedad democrática, todas y todos, debemos desaprobar este comportamiento con rotundidad, la violencia machista no puede ser eludida o justificada, y la falta de respeto entre la ciudadanía, la falta de sensibilidad de quienes se dedican al servicio público no puede ser tolerada; ambas, jamás podrán entenderse como un ejercicio de libertad, jamás. Seamos los demócratas los que protejamos lo que con tesón nos ha unido, lo que supone mejoras en nuestra convivencia, lo que supone simplemente vida.

*Filóloga y diputada del PSOE.