Pasear por las ciudades es el mejor ejercicio para el cuerpo y el alma que existirá nunca. He descubierto algunas bellísimas andando por ellas, perdido en ocasiones por calles inauditas; otras veces intuyendo itinerarios que dieran con mi cuerpo en lugares increíbles que nunca vi. Ahora que se acaba el puente y encaramos las fechas navideñas al estilo del año de la marmota, puedo contarles mi aventura en Lisboa, desde donde les escribo para el deleite de los sentido de un extremeño conectado, por suerte, a una capital europea en tan solo tres horas de viaje por carretera. El día que funcione un tren decente de Extremadura a Lisboa va a ser la repera.

Por las calles de la capital lusa he descubierto por qué, tanta veces, la decadencia en rehabilitación se convierte en un triunfo para los sentidos y por qué, otras, las ciudades venidas a mejor representan el futuro más halagüeño para aquellas que tan mal lo pasaron hace años. Son curiosos estos tiempos: demuestran que donde hubo buenos mimbres para hacer grandes proyectos la lógica se va cumpliendo. Lisboa me recuerda mucho a las ciudades extremeñas en las que queda tanto por hacer. Estoy seguro que lograremos algún día ver hechos realidad sueños como unos medios de transporte acordes a Europa que, ahora, no tenemos. He leído que Lisboa tendrá que levantar un nuevo aeropuerto porque el actual se les ha quedado pequeño y obsoleto. Esta es la manera idónea de demostrar al mundo que crecer tiene exigencias, pero nos hace mejores y nos obliga a trabajar más.

Sigo paseando por Lisboa. Los camareros, tan amables. La comida, tan rica. La luz que brilla en el Tejo. El invierno que se resiste y esa sensación de que la Navidad solo puede ser más bella en Manhattan que en el Chiado. Aunque ahora ya lo dudo.

Portugal: les queda tanto por hacer que por fin se han dado cuenta de que el presente les está esperando. Les va a ir muy bien.

* Periodista