Siempre me parecieron interesantes los tipos y las tipas inteligentes. Principalmente por lo mucho que había que aprender de ellas y ellos. Quizá en eso se base la vida: en la capacidad que tenemos de ser humildes y aprender de los otras y los otros, por muchos defectos que tengan. Por este motivo quiero hablarles hoy de Iván Redondo, el nuevo hombre fuerte de Pedro Sánchez en Moncloa. El superministro sin cargo en el Gobierno que corta el bacalao sin más capacidades que su propia formación y conocimientos y con el inconveniente de no pertenecer ni al aparato ni al organigrama del partido en el PSOE. En otros tiempos, no los de ahora, le habrían quemado en la hoguera a las primeras de cometer un error.

Conocí a Iván Redondo, verdadera mano derecha de Sánchez, cuando fue lo mismo con Monago. La única vez que coincidí con el máximo asesor del todavía presidente del PP en Extremadura me pareció un tipo sencillo y brillante. Cuando llegaron los momentos duros y de crisis con los viajes a Canarias de Monago sí que le costó a él y su equipo admitir el craso error del expresidente autonómico al negar la evidencia de unas prácticas que ya no son consentidas de ninguna manera. Pero en aquel encuentro con Redondo en su despacho de la Junta de Extremadura en Mérida me topé con un profesional de lo suyo: a los políticos no hay que regalarles el oído sino decirles lo que un profesional haría para que su gestión fuera acorde a lo que la sociedad pide. Eso es, precisamente, lo que ahora se le solicita a Redondo: que adecúe su mensaje y, por ende, la táctica del Gobierno a lo que el momento actual requiere. Y complejo seguro que es.

Cuando accedí al despacho de Iván Redondo en la planta noble de la Junta de Extremadura en Mérida me encontré con algo inusual: un espacio vivo lleno de mensajes en las paredes, propios del mejor experto en coaching político que me hubiera encontrado sin tener experiencia. Iván, como así le llamaban el resto de miembros de su equipo, me pareció un tipo cercano y con los ojos bien abiertos ante lo que un gestor cultural como yo en ese momento le quisiera proponer. Y les juro que lo más reconfortante fue comprobar que el jefe creía en lo que un externo como yo le propuso hacer. Y funcionó. Me guardo de aquella experiencia que hablaba como si él fuera el Gobierno de la Junta de Extremadura. No les cuento más. Sin dárselas de nada, pero trasmitiendo que las órdenes las daba él. O al menos a mí me lo pareció. Así, creo yo, la vida siempre será más fácil. En manos de los inteligentes la responsabilidad suele ser cosa de ellos. Da igual que ocurra en casa, en el trabajo o cuando te vas de fiesta. La vida depende de quienes tienen claro qué hay que hacer aunque luego se equivoquen. Les aseguro que Sánchez tiene claro, sabiendo cómo es, quién tendrá que hacerlo.

* Periodista