El presidente del país que, a mediados del siglo XIX, arrebató a México más de la mitad de su territorio no ceja en su intento de tipificar como delincuentes a cuantos latinos llegan desde el Sur huyendo de la miseria o los atropellos de los derechos humanos.

Volvió a hacerlo en su bombástico Discurso de la Nación, en el que cargó una vez más contra los latinos que tratan de cruzar ilegalmente la frontera y a los que, desde que llegó a la Casa Blanca, Donald Trump no ha dejado de calificar de «delincuentes» o «narcotraficantes».

Con un populismo de tintes claramente xenófobos, Trump trata de presentar así a sus rivales demócratas como antipatriotas empeñados en proteger a esa gente de mal vivir, permitiéndole irresponsablemente abusar de unos servicios sociales que pagan con sus impuestos todos los ciudadanos norteamericanos.

Trump volvió a referirse a su obsesión desde antes de llegar a la Casa Blanca: esa especie de moderna muralla china destinada a proteger al país de tantos indeseables, «un muro largo, alto y muy poderoso», según sus palabras, que tanto entusiasmo despiertan entre quienes comparten su hispanofobia.

Claramente reforzado por el fracaso del «impeachment» que lanzaron contra él los siempre vacilantes demócratas, Trump ha cargado una vez más contra las llamadas «ciudades santuario», que tratan de dar cobijo a esa pobre gente.

Incluso ha propuesto una ley equívocamente bautizada como ‘Justicia para las víctimas de las ciudades santuario’, que algunos equiparan a una incitación al odio e incluso a la acción violenta, como la de los antiabortistas más radicales contra las clínicas y los médicos que practican el aborto.

No hay nada que defienda la derecha más reaccionaria de aquel país que no forme parte del programa de Trump: oración en las aulas, apoyo a las escuelas privadas frente a las públicas, derecho de los padres a elegir centro y, por supuesto, el de los ciudadanos a poseer y portar armas de acuerdo con la segunda enmienda de la sacrosanta Constitución.

Pero Trump tiene además una nueva estrategia que consiste en intentar dividir el voto de las minorías: mientras califica a los latinos de “ilegales”, trata de halagar a los afroamericanos, aumentando por ejemplo la financiación de sus escuelas.

El mismo Presidente que en cierta ocasión dijo que los haitianos tenían sida y se refirió al continente africano como formado por “países de mierda” busca ahora el voto de los negros en los Estados de la Unión que llaman “pendulares” (“swing states”), por oscilar entre republicanos y demócratas.

Agitando continuamente el miedo a la inmigración de origen hispano, es decir a los más desgraciados de aquel continente, y tratando cínicamente de dividir a las minorías, Trump pretende hacer olvidar la realidad de EEUU.

Es decir, la de un país profundamente desigual en el que 50 millones de ciudadanos carecen de cobertura médica, 40 millones viven en la pobreza, de ellos 18 millones, en la más extrema. Y en el que los ingresos medios de las familias blancas son siete veces superiores a los de las afroamericanas.

Un país en el que un 37 por ciento de la población reclusa masculina es negra frente a un 32 por ciento de blancos y un 22 por ciento de hispanos cuando los negros representan sólo el 12,1 por ciento y los hispanos, el 16,7 por ciento del total de ciudadanos. Ésa es la realidad que Trump y sus republicanos tienen interés en ocultar.

* Periodista