Refranes que no sean verdaderos, y febreros que no sean locos, pocos, dice de sí mismo y de este mes nuestro refranero. O febrero frío y templado, pásalo abrigado. O en febrero, un rato al sol y otro, al brasero. Y aunque nos moleste y nos parezca antiguo esto de las consejas de abuela o de almanaque de cocina al lado del humero, hay que reconocer que casi siempre tienen razón. Son el fruto de una experiencia que nosotros ni tenemos ni vamos a adquirir, mucho más preocupados de otras cosas que de mirar el cielo o de acordarnos de que en estos días las tardes se alargan, los regatos corren y se colapsan las urgencias con gripes y neumonías.

Como vamos siempre pegados a un móvil, no sabemos contemplar el paso de las aves que vuelven a España desde África, aunque cada vez sean menos, y nuestros campanarios apenas se vacíen. Nos perderemos la forma de uve de sus vuelos, la poda de los olivos, los almendros en flor como dulces de nata en mitad del campo. Nos perderemos también saber que no se avecina nada bueno si en febrero va en camisa al campo el jornalero, y que la lluvia de febrero no llena un granero. Para aprender todo eso necesitaríamos otra vida más calmada y sobre todo, no despreciar a quien sabe, a quien ha vivido al compás de una naturaleza a la que es difícil forzar. En este mes, se poda y se contratan obreros, pero de la mitad adelante, no antes, y si hay niebla, lloverá en abril, y si hace calor, tiritaremos en la Pascua.

Todo este saber y esta forma de vida están desapareciendo poco a poco. La despoblación es una de sus causas, y otra, el trabajo duro, y otra más, la más importante, es que apenas da para comer. Podremos discutir de refranes o de qué modelo queremos de sociedad, si la global en la que es más barato comprar en otros países y dejar de cultivar naranjas, por ejemplo, o si hay que subvencionar o si son peores las subvenciones. O si manda Europa o es mejor que cada país produzca como quiera y luego ya se verá. Mientras tanto, las tierras se abandonan o se venden por cuatro duros, el precio del mercado está a años luz de lo que cobra un agricultor, y dicen que sale más rentable no trabajar y cobrar el subsidio que toda una vida dedicada al campo. Por eso los agricultores salen a la calle y cortan carreteras. Lo absurdo es que todos los políticos apoyan sus protestas, como si la solución no estuviera precisamente en sus manos.

Mientras tanto, sin un duro no hay futuro, unos trabajan y otros los naipes barajan, y el que adelante no mira, atrás se queda. Decir refranes es decir verdades, otra cosa es que quienes pueden decidir se hagan los sordos y no quieran escuchar, como siempre.

*Profesora y escritora.