Bajo ese cliché bucólico que es Quintos de Mora, de buena mañana, la ministra de igualdad preparaba su intervención diaria. La ración para iniciados en formato vídeo de Instagram. Y allí Montero nos aclaraba que «el feminismo también es redistribución de la riqueza». Claro, por qué no. En realidad, me apena. Más allá de la parodia en la que muchas feministas están convirtiendo el movimiento, tiñendo de ideología lo que es debie+ra ser sólo social, el feminismo tiene muchas razones para existir. Pero si lo viertes por todos lados, si cada lucha es feminismo, lo desvirtúas. Si el feminismo es todo, es lo mismo que decir no es nada.

Su marido, desde el púlpito vicepresidencial, decía a los agricultores que aguantaran. Iglesias cree que la lucha es justa, y él no es de apearse de ningún fregado. «Apretad» les reclama. De lo que parece no ser consciente, y es llamativo, es que precisamente tienen que presionar al gobierno. A él.

Apartando la siempre jovial paranoia que invade al partido de Iglesias, juez y parte en tantos casos, lo que demuestra todo esto es la esquizofrenia actual de la izquierda. No se trata de deslegitimar su llegada al gobierno o su capacidad para gobernar, faltaría más. Para llevar a cabo tus postulados necesitas la capacidad del ejecutivo. El camino está claro, pero no es una meta sino una salida. Pero la izquierda parece no comprenderlo.

La izquierda no reaccionó a una crisis en Europa que en muchos casos negó (recordemos a Zapatero). No diseñó la salida desde el poder en ningún país, pero funcionó políticamente como mecanismo de defensa. Es decir, crecieron denunciando al poder, económico y político, instalados en la queja y defendiendo a una sociedad que creían indefensa. Por eso, cuando el poder es ellos siguen despotricando contra el poder. ¿Y dónde reside el poder? En todo lo que no sean ellos. Y eso, para gobernar (gestionar) no sirve. No, Iván, no sirve.

Sean o no votantes de izquierda, seguro que les ha sorprendido las reacciones desmesuradas de miembros del gobierno respecto a muchos temas. Es difícil creer que en un país con un secesionismo contagioso, con una deuda desbocada, con un galopante paro juvenil, el debate sea la propiedad de nuestros hijos o la necesidad de fijar impuestos digitales. Vale, debatamos esto también. Pero por más que nos lo digan y lo intenten, esos no son gigantes sino molinos. Ocurre que luchando contra gigantes todo tiene más mérito. Sin duda. Y eso es lo que tratan de vendernos.

No se trata tanto de hacer cosas como de parecer que se hacen. Sobre todo que se intentan hacer, enfrentadose siempre al poder. A los poderes fácticos. Al poder económico. A Trump. A, yo que sé, la conspiración judeo masónica. Y todo ello con muchas dificultades, con todas. Pero es que estos señores luchan contra el poder desde el BOE y los ministerios. Tiene mucho mérito pelear contra ti mismo, la verdad. Pero la imagen no es muy gratificante.

La izquierda no hace política ni emite opiniones subjetivas, imparte justicia. Para eso vale el número, la mención a la «gente». Somos más, tenemos razón. Como si no existieron las turbas o los linchamientos. La misma alucinaciónde llamarte progresista y estar catequizando desde púlpitos laicos. De pedir derechos y pisotear a personas con nombres y apellidos por atreverse a ser propietarios. Será que esos no son «gente».

La parte más ominosa de esta nueva política es la facilidad con la que gente con responsabilidades públicas se suben al carro de un tema sin ningún pensamiento crítico, sino sólo por cálculo político o por supuesto coherencia ideológica («sirve a la causa»). Y esto no tiene siglas: me pregunto por el destino de aquellos que apoyaron a Juana Rivas y de la propia afectada. O la explotación del niño Gabriel o cientos de casos similares, con inocentes por medio. De los que criticaron el expolio de las cajas teniendo responsables dentro.

Vivimos instalados en el chantaje moral del posicionamiento. Lo correcto es posicionarse frente al poder. Me tendrán enfrente. Incluso de un espejo.

* Abogado, experto en finanzas