Voluntariosos tertulianos radiofónicos piden que no cunda el pánico ante la imparable expansión del coronavirus mientras las portadas de los medios para los que trabajan nos bombardean día tras día con grandes titulares sobre los nuevos infectados por una enfermedad que, según la propia OMS, lleva camino de convertirse en pandemia.

El periodista Jorge Bustos, sin ir más lejos, decía días atrás que seguirá habiendo afectados y cuarentenas, que seguirá habiendo muertos, pero que no pasa nada: el coronavirus no es más letal que una gripe común. Siguiendo ese argumento, deberíamos despreocuparnos de que nos pille un tractor con la excusa de que el daño sería similar al de si nos pillara un todoterreno. Quitarle importancia al coronavirus porque solo afecta a pacientes de riesgo es desmerecer a quienes lo son.

Además, ¿quién tiene pánico al coronavirus? Nadie. Nadie teme al coronavirus de igual forma que nadie, sentado en el sofá del salón, teme a un caimán. El asunto se complica cuando no estás en casa leyendo una novela, sino adentrándote en un río turbio de América y divisas, a dos metros escasos, al primo hermano del cocodrilo saludándote con la boca bien abierta.

El pasado lunes, estando en Urgencias con mi hijo, paciente de riesgo por motivos varios, tres chinos con mascarillas entraron rápidamente para ser alojados en una oficina. Cuando vi a dos trabajadoras de Sanidad con trajes tipo Chernóbil y a un enfermero gritándole a una de las chinas para que no saliera bajo ningún concepto de la sala, sentí miedo por el niño y salimos de allí huyendo de los caimanes.

Dice un proverbio escocés que «No hay medicina para el miedo», y es cierto, pero también dice otro proverbio castizo que «Más vale prevenir que curar».

Se deduce de esta nueva circunstancia que el coronavirus es una simple gripe cuando te pilla lejos, o un caimán de dientes afilados si está al lado.

*Escritor.