Tan difícil como atrapar una palabra al viento que no desafine, se me antoja este artículo.

Tan difícil como llegar a casa el día después de haber enterrado a mi padre y a mi madre.

Tan difícil como todo lo difícil e imposible que imagino. Porque hoy, no son los titulares los que me impiden ver el bosque, son las lágrimas... Una salina constante e inacabable me ha brotado en el pecho.

Querida abuela, te escribo desde la cocina. Aquí bailotea tu mandil, tu traje de las batallas, un delantal con su cuchara de palo cosida a la altura del corazón, el «trajecino» de cocinar -como le llamas-. Dice madre que has ido un rato a misa, pero ya estás tardando; salgo a esperarte en el balcón, las doce, la una, las dos... Hora de comer y no llegas, abuela.

Dice padre que hoy la misa era especial, que había que rezar mucho y «mu apretaos» por culpa de un bichito inapreciable que se multiplica con los achuchones. Aquí seguimos, con la sopa fría, esperando a que vengas a echarle tu pastilla mágica y las letras de tus oraciones.

Madre y padre están medio alelaos. Hoy no hablan, sólo se miran, no comen, pero han hecho una montañita con los tíquets de la compra.

Las tres, las cuatro, las cinco. Abuela dile al señor cura que te deje ya venir a casa, que eres muy santa y que no tienes pecados gordos ni flacos.

Abu, ¿tu has visto a uno de esos bichitos alguna vez? Dicen que muchos abuelos están jugando con ellos al escondite.

Las seis. El abuelo se ha puesto triste, dice que cuando vengas vamos a ir a cazar las estrellas gamusinos que cuelgan de los árboles, con la red cazamariposas que me compraste en el chino la otra tarde, ¿te acuerdas? Esa tarde te dio una tos muy malita y luego ya esa noche te pusiste con fiebre.

La siete y las ocho. Abuela como sé que vas a tardar en llegar, nos han dicho unas enfermeras muy guapas que van vestidas de verde y azul, con gorros como de papel en la cabeza, que os escribamos una carta. Sí una carta igual que la de los Reyes Magos. ¿Te acuerdas abu, que las pasadas Navidades la escribiste conmigo y te enfadaste mucho porque había pedido cinco juguetes?

Qué tonto yo... pensaba que los Reyes eran Superman y me dijiste que no, que eran unos hombrecillos ya viejos y cansados, que seguían una estrella y que cada niño que les ayudara en su camino, recibiría un único regalo, y que ese regalo se llamaba «delicadeza», era una flor.

Siguen siendo las ocho y mis padres se han ido un rato. No, no te asustes abuela, no han salido a la calle, han abierto las ventanas y aplauden, aplauden mucho; los de abajo, los de arriba, los de enfrente...todos están aplaudiendo, como cuando fuimos a ver El Cascanueces.

¡Ah! Y se oye el himno de España. Espera abu, que voy a sacar el teléfono y te lo pongo. Y que lo oigan los otros abuelos que están contigo.

Dice el abuelo que tienes una habitación muy chula, que cuando vengas, la tuya te va a parecer muy pequeña. Que tienes una televisión y muchos aparatos así como si fueras un astronauta y que te dan para cenar sopitas de letras como aquí. Y un flan. Ten cuidado abu con los dientes no se te vayan a perder, como aquel día en que tuvimos que llamar al ejército de los ratoncitos Pérez y aparecieron en un vaso con agua, jejeje ¡qué bueno abu! Ven pronto, te echamos de menos.

Las nueve, las diez, las once y la noche. Te estoy tocando abuelita, siente mi mano sobre la tuya, un sembrado de amapolas... mis gotas de amor te rocían para alcanzar la primavera.

Ah y otra cosa, tu nombre retoñará entre las flores.

* Periodista