Hace mes y medio veíamos en la tele esas imágenes de enmascarados, sin un resquicio de piel a la vista, que desinfectaban en China, en Irán, en Corea, calles, estaciones de tren, mercados y otros espacios públicos. Fui de los que pensé, buf, estos chinos, esos países, qué poca asepsia, en las que se tienen que ver... Los telediarios nos ofrecían unas vistas de lo que creíamos ese Tercer Mundo donde la vida no vale un céntimo, atrasados, expuestos ante cualquier peligro sanitario, mientras aquí nos sentíamos confortablemente protegidos.

Uno de los mejores sistemas públicos de salud del mundo, o el mejor directamente. Era, y es, el de España, y por eso nos veíamos seguros, orgullosos, blindados, a salvo, felizmente viviendo en el ‘Primer Mundo’, esa Europa que resiste con un razonable Estado del Bienestar y por tanto con el más sólido sistema de sanidad para todos.

Increíblemente, para cuando pensábamos eso hace mes y medio, estamos igual, o en algunos casos peor que ellos. Los agricultores con los tractores y sus cisternas voluntaria y meritoriamente fumigando las calles y plazas de los pueblos extremeños, la ciudadanía medio asustada, escondida como puede tras mascarillas y haciendo de los guantes de plástico de la sección de frutería una artículo de primera necesidad; un débil film, de ínfimo coste, en el cual ahora confiamos nuestras vidas.

Mientras la ciudadanía intenta cohesionarse, agruparse en solidaridad y ánimo aunque guardando el metro o algo más de distancia, la crisis sanitaria saca al monte las cabras miserables que pastan en los más abyectos basureros. Esos responsables-irresponsables públicos, verdadero detritus social en estos momentos, a los que jalean no obstante una pequeña legión de seguidores algo acallados porque no está el horno para bollos.

Hace falta mucha miseria política para reclamar, sin vergüenza alguna, el sálvese el que pueda. Es lo que hay tras la extravagante reclamación del irresponsable Torra de «confinar» Cataluña. Sin dificultad puede leerse en la propuesta una manifestación de insolidaridad, de egoísmo, nutrida por una especie de complejo de superioridad según el cual Cataluña quedaría a salvo de la nueva «gripe española», un virus que se ha expandido principalmente desde Madrid.

Una oportunidad, todavía más delirante, de ensayar una «república independiente de mi casa» detrás de la cual persiste el sueño idílico de una ciudadanía catalana celestialmente a salvo, por obra y obra de la marioneta Torra y su propietario de hilos Puigdemont, mientras el resto de España, y del mundo, cae víctima de la pandemia a causa de una presunta mediocridad de clase política y pueblo.

Cataluña está confinada, como le ha recordado la ministra de Exteriores en la misma BBC donde el ‘president’ habló de forma victimista; estamos confinados todos. Lo están los italianos, los franceses, los alemanes de momento en Baviera, lo está más de medio mundo y vamos camino de que todo él entero.

Tampoco se salvan esos políticos andaluces que, y luego dicen del egoísmo de algunos catalanes, no les importaría que sus enfermeras tuvieran dos mascarillas, y las extremeñas ninguna, es un suponer; que se… Otro sálvese el que pueda, al que el Gobierno ha laminado con una imprescindible unidad de recursos.

Cohesión es la única resistencia colectiva para esto. Habrá tiempo, a la vuelta del verano quizá, para la rendición de cuentas política. Si habría que haber cerrado Madrid, por ejemplo, y haber evitado ese éxodo de miles de madrileños que entre viernes y lunes se repartieron por España y obligaron sin más a las autoridades murcianas a cerrar localidades de playa enteras.

No soporto los grupos de whatsapp, lo confieso. Salvo muy pequeñas excepciones, acaban degenerando, y eso están haciendo una vez más. Sembrando dudas, viralizando mensajes catastrofistas, atemorizando a familias con sus parientes en tal localidad. Al margen de su veracidad, si la tienen, esos mensajes no contribuyen en nada.

* Periodista