Lavarnos cara y manos con agua, jabón y alcohol de farmacia. Desobedecer rotundamente la consigna «las calles serán siempre nuestras»; aquello ya es puro pasado. Sacar punta a los lápices de colores y tirar a la papelera los bolis gastados. Subir por turnos al terrado; si no disponemos de la llave, pedírsela al propietario. Respirar el aire limpísimo de las ciudades y comprometernos a no volver a ensuciarlo. Soñar con tener un perro para poder salir a estirar las piernas por las calles y avenidas solitarias de los cuadros de Giorgio de Chirico. Observar un mapamundi imaginando viajes imposibles a corto plazo. Disfrutar de la primera primavera, aunque llegue infectada. Ir, o volver, al Decamerón de Bocaccio, a El ángel exterminador de Buñuel, al Estado de sitio de Camus o al Diario del artista seriamente enfermo de Gil de Biedma. Abocarnos cada atardecer al balcón o a la ventana para aplaudir con palmas y cacerolas a nuestros ángeles de la guarda sanitaria, o abuchear al rey de España. Aprender a tocar un instrumento, aunque sea una cacerola o campana.

Preguntarse muy seriamente por qué el Ejército no debe ayudar a vencer al bicho; nunca sobran manos expertas y los médicos militares deben saber más de salud que de batallas. No abusar de los medios de comunicación; la tele, como el tabaco, también mata. Ordenar cajones, armarios, estanterías y poner en bolsas lo innecesario; estamos aprendiendo que con lo mínimo basta. Los papeles no higiénicos, también aparte, para quemarlos en la hoguera de Sant Joan, como Carvalho. Al salir a comprar, a la espera de nuevos besos y abrazos, saludar a la gente con quien nos cruzamos. Vestir la casa de fiesta, como quien espera invitados. Aprender nuevos oficios: cocinar, coser, cantar, planchar, preparar confituras, inventar cócteles, jugar al mus… Hablar por teléfono o a través del patio de luces con los vecinos y vecinas que hasta ahora apenas saludábamos. Pensar en las muchas familias, con adultos sin trabajo, que viven en muy pocos metros cuadrados. Ponernos una máscara de carnaval y unos guantes de boxeo. Amarnos a nosotros mismos y admirar a los/las que nos acompañan. Pintar con tiza en la pared, como los presos, una rayita por cada día que pasa. No intentar encerrar Catalunya en sí misma aún más de lo que ya lo está. Dejar de repetir machaconamente la palabra coronavirus: ya sabemos lo que nos pasa. Los gorditos y gorditas como yo, hacer dieta. O no.

* Dramaturgo