Vivimos tiempos difíciles, tiempos de retos a los que tenemos que dar respuesta de la mejor manera posible, adaptándonos a una situación de emergencia desconocida para la mayor parte de la población. Es tiempo de sumar, de apoyar, de mostrar la mejor cara de la solidaridad y el civismo. Para ello nada mejor que asumir el momento y tratar de cambiar su destino.

En algunas ocasiones, he escrito sobre crisis sanitarias de primer orden que nos afectaron en tiempos pasados. Ahora no se trata de la erisipela, el tabardillo o el mal de pecho, enfermedades contagiosas que diezmaron pueblos enteros, llevándose por delante a todo infectado, en un tiempo donde no existía una red sanitaria que pudiese poner freno a enfermedades contagiosas que formaban parte del un calendario letal que se reproducía de tiempo en tiempo. Ahora estamos más preparados para hacer frente a esta pandemia, tenemos mejores situaciones tanto de carácter higiénico como sanitario. Nuestros hogares tienen más defensas para protegernos que las viviendas de nuestros antepasados, donde se hacinaban personas y animales. Por ello el mensaje debe ser siempre positivo y esperanzador.

Antaño las medidas utilizadas ante un brote de enfermedad contagiosa se fundamentaban en las de las poblaciones que a veces se prorrogaban durante meses enteros, con disposiciones higiénicas como la quema de cadáveres y de ropa de los enfermos, la desinfección de hogares afectados así como la fumigación de urinarios, teatros, viajeros, iglesias, escuelas, tabernas, posadas y cualquier sitio público. Gracias a éstas intervenciones se contenían enfermedades que normalmente dejaban un rastro de muerte y ruina de difícil reparación. De ahí que las enfermedades infecto- contagiosas fuesen consideradas como un “azote de Dios”. Ahora las medidas no son muy distintas. Quedarnos en nuestra casa, mantener la higiene necesaria, no relacionarnos en exceso y colaborar para que esto termine lo antes posible.

En estos momentos difíciles también se pone de manifiesto, de manera pública y ostensible, quienes están donde tienen que estar y quienes aprovechan el dolor y la muerte para sacar partido, principalmente en el ámbito político. No es tiempo de regate corto, ni de crítica banal e interesada y mucho menos de remar a la contra cuando la población esta acojonada. Es tiempo de ponerse a disposición del bien común, sin remilgos ni alharacas. Cuando esto pase, que pasará como pasaron pestes y hambrunas, será el tiempo para que la población civil, los de a pie, evaluemos quien ha estado a la altura de las circunstancias y quien lo ha intentado aprovechar en beneficio propio. Tomen nota señores políticos. No todo vale cuando está en juego la salud comunitaria, la que no entiende de egos ni ideologías.

Los tiempos difíciles son también aquellos de los que sacamos las mejores enseñanzas, como tener una sanidad pública de primer orden, la sanidad nunca puede ser un negocio, que la solidaridad con los más débiles nos enriquece como seres humanos y que todos juntos podemos salir adelante, como lo hicieron nuestros antepasados en peores circunstancias. Hermanos arroyanos, esto tiene solución.

* Cronista oficial de Cáceres