Soy de esa extraña, al parecer, gente que suele confiar en el sentido común de los Gobiernos, y sobre todo en su capacidad para dejarse asesorar y encauzar por esa Administración estable y técnica, profesional, que garantiza básicamente la gestión pública sea quien sea el partido que tenga a su líder en el sillón en este caso de la Moncloa; una estructura permanente que debe darle al político no más de tres opciones, bien argumentadas, para que él tome las grandes decisiones.

Y más en tiempos como este en que, no sé por qué, es la trascendencia del momento la que otorga a todo Ejecutivo una cierta clarividencia providencial y bastantes probabilidades de acertar en lo que hace. Tengo el parecer de que la responsabilidad, el poder, ilumina a quien lo tiene en cierta forma, y no nos queda a los administrados otra que hacer piña, ser comprensivos aunque nunca dejar de pensar críticamente, y arrimar el hombro, ejercer nuestra propia responsabilidad.

Veo en estos días a los políticos de la oposición, aquí y allí, hacer un esfuerzo tan baldío como inconveniente para ocupar no ya cinco minutos de gloria sino diez segundos, unas líneas, en los medios de comunicación, con propuestas en la mayoría de los casos de Perogrullo, de sentido menos que común, con tal de no perder el protagonismo permanente, la «cuota» en función de los últimos resultados electorales, que les pertenece por derecho según creen.

Baldío porque desde la banalidad de sus comunicados, a la falta de hueco en unos espacios informativos ocupados por la crisis sanitaria y sus derivadas, todo hace que sus balbuceos acaben en fracaso; no salen, y sus correos y vídeos acaben en la papelera digital del correo que como las cintas de espía de película el propio correo se encarga de destruir.

Si no se tiene nada especialmente bueno que decir, y es muy difícil en esta situación, es mejor que se apliquen el #YoMeCalloenCasa. Yo por lo menos valoraré especialmente cuando todo pase a los políticos de la oposición que en general callaron, ayudaron con el silencio, con el apoyo tácito que desde sus casas prestaron, a dar serenidad a una ciudadanía que vea cómo sus administradores actúan en concierto y apiñados, sin renunciar en su momento a analizar, con datos y argumentos, qué se pudo hacer mejor pero, ojo, con los datos que se tenían en el instante de tomar las decisiones, sin oportunismos ni trucos.

En Extremadura por eso me parece bien que solo exista, y cada dos o tres días, la voz del vicepresidente segundo y consejero de Sanidad, José María Vergeles, y que la mayoría del tiempo la Administración autonómica sea un equipo compacto, anónimo, agrupado, supongo que preocupado y a veces desbordado, unas veces desacertado, otras a lo mejor genial; y me gustaría que ahí detrás, en comunicación permanente, pero también sin protagonismo, estuvieran el líder de la oposición, José Antonio Monago, y Polo por Ciudadanos o Irene de Miguel por Unidas por Extremadura. Ejerciendo una prudencia responsable, una renuncia ejemplar unos y otros, al rédito, porque aquí no va a ganar nadie, vamos a perder todos igual que todos vamos a triunfar.

Son situaciones, para quienes están en el poder, en las que no hay mucho que ganar porque la crisis sanitaria es históricamente tan compleja que siempre habrá muchas grietas dudosas, pero sí muchísimo que perder puesto que ningún gran error puede permitirse. Quizá por eso, y para que España sea una, con su jerarquía natural y de Estado de alarma, el presidente Fernández Vara se prodiga poco, aunque por ejemplo lo volverá a hacer este domingo tras una nueva videoconferencia de Pedro Sánchez con los mandatarios autonómicos.

Son días de cuñadismo demagógico. De la zapa sin descanso de los desestabilizadores del sistema, que amplifican los malos datos diarios de la pandemia, o si no son malos dicen que son mentira. Las familias a las que nos ha tocado el virus sabemos que esto es un drama, entendemos que la población debe seguir con sus memes y bromas, un mecanismo de defensa social, pero que hay pocas cosas tan miserables como intentar sacar hipotéticos votos futuros con un problema mundial como este en la que los gobiernos democráticos, unos tras otro, se ven sorprendidos y sobrepasados por momentos.

*Periodista.