La pérdida de derechos y libertades que estamos sufriendo con el confinamiento invita a la reflexión. La primera y más importante conclusión que podemos extraer es que la democracia y la libertad -también la libertad económica- son valores esenciales y complementarios. Son componentes insustituibles en el funcionamiento de cualquier sistema político. La ausencia de una esfera pública democrática nos ha conducido siempre a situaciones de infaustos recuerdos. La historia es testigo de sus tristes consecuencias.

Para avanzar sin traumas hacia una nueva sociedad, y esta sería una segunda conclusión, necesitamos fórmulas más dinámicas e imaginativas. Precisamos un cambio de mentalidad. Más trabajo productivo. La administración debe ser más eficiente y flexible. En nuestras demandas debe primar la seguridad frente al bienestar, el crecimiento sostenible frente al desarrollismo. Debemos cambiar la escala de valores. Hay que dignificar más las ciencias de la salud y las profesiones que están al servicio de los demás. Si en el fondo de cualquier pensamiento filosófico subyace la idea de la virtud, en la política, ahora que se percibe una creciente reprobación por los ciudadanos, debe imperar la idea del servicio al pueblo. En suma, debemos aspirar a alcanzar una sociedad más ética y solidaria.

El virus asesino parecía que por momentos iba a cambiar drásticamente nuestras vidas. Al principio del confinamiento muchos pensaron que hay cosas más importantes. Comenzamos a admirar el aire puro, los cielos limpios, las ciudades sin tráfico. Y creímos que el futuro debía ser así, más ecológico y más verde. Caímos en la cuenta de que vivimos en una sociedad interconectada y pensamos que las soluciones deben ser globales y los esfuerzos más solidarios.

Pero, para que se haga realidad este anhelo de cambio, es necesario que se modifiquen muchos presupuestos sociales. El teletrabajo, la administración cibernética y la sociedad tecnocrática tendrán que implantarse definitivamente. Hay que abrir las puertas a la era de la inteligencia artificial, con el futurible de que los robots competirán con las personas. Las máquinas no enferman ni tienen necesidad de descansar, por lo que se augura una mayor robotización del trabajo y un cambio en los modelos sociológicos y laborales. Sin embargo, un mundo dominado por las máquinas no debe convertirse en un porvenir sombrío. Nacerán nuevas oportunidades para los humanos.

Los nuevos tiempos económicos que han de venir tras la pandemia están por definir. Los partidos conservadores tienen el credo de la globalización y la libertad económica; los nacionalistas y populistas apuestan por la antiglobalización y la autarquía. Sería bueno encontrar posiciones intermedias. No debemos olvidar que el futuro próximo no va a ser nada fácil en lo económico. Se avecinan cierres de empresas, despidos, rebajas salariales y ajustes económicos.

LA PREGUNTA, ahora que vamos camino de despertar de esta terrible pesadilla, es si la epidemia sufrida va a servir para cambiar las prioridades de los ciudadanos. Y, sobre todo, si los políticos, con la simpleza de análisis que exhiben, van a saber organizar la nueva sociedad. Si van a dejar la confrontación y van a tomar la senda del consenso y la colaboración. En otras palabras, si van a estar a la altura de la nueva sociedad que imaginamos.

Lo que vamos viendo no llama al optimismo. Parece que una espesa niebla nos oscurece la mente y nos impide ver las trágicas consecuencias de esta maldita pandemia. De ahí que lo más fácil sea pensar que seguiremos con las mezquinas miserias de siempre. No en vano el hombre es el único animal que tropieza dos (cien) veces en la misma piedra. Sin embargo, a pesar de algunos comportamientos incívicos, a pesar del descrédito de la clase política, soy de la opinión de que hay margen para confiar en las capacidades y fortalezas de los ciudadanos para arrostrar las dificultades que la vida nos impone. Por eso, si queremos superar este trance de negrura, necesitamos proveernos de grandes dosis de resiliencia y resistencia, o, lo que es lo mismo, que el optimismo inteligente sea nuestro reto de cara al futuro.

* Catedrático de universidad