La sociedad no ha buscado en Fernando Simón un héroe, sino un consuelo. El triunfo mediático del portavoz del Gobierno durante la pandemia no se debe a que haya ejercido de gurú infalible, sino a que se ha erigido en alguien a quien creer incluso cuando hurta vergonzosamente la verdad. La relación entre el público y su médico de cabecera induce por fuerza a los cinéfagos hacia la célebre escena de Johnny Guitar, el western intelectual de Nicholas Ray. Allí, un confinado Sterling Hayden implora a la doctora Joan Crawford unas frases complacientes. La versión española se titularía Miénteme, Fernando Simón, y apenas si exigiría un retoque del diálogo inmortal:

—España (interpretada por Sterling Hayden): «Dime algo bonito». Los datos son secundarios en el romance ya de larga duración entre la audiencia y su médico de cabecera. La sociedad le ha reclamado un cuento diario con final feliz, para echarse a dormir con un mínimo de tranquilidad. De hecho, le exigían que camuflara los datos catastróficos del coronavirus español. Quienes desde la temible orilla progresista culpan sin complejos a Trump de la matanza de la covid, olvidan que la tasa de mortalidad sigue siendo superior en España. Al revés, están dispuestos a fusilar socialmente a quien ataque al epidemiólogo, donde la familiaridad se refuerza con un esmerado descuido capilar o indumentario. En este apartado, se comporta como el alumno aventajado de Pablo Iglesias.

—Fernando Simón (con la voz cazallera y las cejas prominentes de Joan Crawford): «Seguro, ¿qué te gustaría oír?» Con la habilidad acomodaticia de un Tartufo, en la memorable interpretación de Adolfo Marsillach, o con la sinceridad descarnada de un personaje de Rousseau, el responsable del Gobierno para las alertas sanitarias reúne el anticarisma de seleccionadores triunfales como Luis Aragonés o Vicente del Bosque, aunque expone a diario la crónica de una derrota. Dicho sea para conmemorar además el décimo aniversario de la gesta del Mundial de fútbol.

—España: «Miénteme, dime que me has esperado todos estos años, dímelo». El país celebra a su médico con la ansiedad colmada de un descubrimiento. Con los sacerdotes cobardemente confinados en sus confesionarios, Simón ha predicado sus ficciones por las calles en medio de la peste. Las penurias de la credibilidad de la clase gobernante se afianzan cuando un epidemiólogo que miente apisona a un político que dice la verdad.

—Fernando Simón: «Te he esperado todos estos años». En este híbrido de verdades y mentiras, lo crucial es la referencia al largo periodo de incubación. Simón no es un fenómeno episódico. Cuando recita que en un par de meses lo habrán olvidado, delata el daño que le causaría ser postergado. Si los focos le importaran tan poco, no sería el contagiado por coronavirus de recuperación más fulgurante.

—España: «Dime que te habrías muerto si yo no hubiera regresado». El país entero necesita que su médico simule velar por la salud pública. La fe está tan compactada que el destinatario de los bulos pandémicos supera en fanatismo al emisor de «un puñado de casos». Los sansimonistas son más radicales que Saint-Simon.

—Fernando Simón: «Me habría muerto si no hubieras regresado». Es un punto delicado, pero el Gobierno ha banalizado los fallecimientos por la pandemia a través de su portavoz. Al traicionar abiertamente los criterios de la OMS, para cortar por la mitad una cifra que debe aproximarse a los cincuenta mil cadáveres españoles, se pretende que la audiencia no estaba preparada para asimilar esa tragedia.

—España: «Dime que todavía me amas como yo te amo». Un país liberado del asintomático Rajoy exige efusiones, aunque sean falsas. Necesita convencerse de que la historia se mueve por una vez en la dirección correcta, creerse de nuevo todo lo que publican los periódicos, imaginar que el Gobierno no le mentiría sobre un 8M inocuo y que le haría test si sirvieran para algo.

—Fernando Simón: «Todavía te amo como tú me amas». Nadie negará al portavoz el entusiasmo por dar a su público lo que le pide. En esta confusión de afectos, cada día transmite la imagen de que ha sido convencido por sus interlocutores. En lugar de utilizar sus datos para avalar su figura, recurre a su personalidad como protección científica, lo cual resulta tan inverosímil como haber colocado a Eduardo Noriega al timón. Simón no es un investigador, es un actor.

—España: «Gracias». El país abandona la escena con la mentira a cuestas, pero curado del cinismo de admitir que los epidemiólogos comparten la fiabilidad de los economistas, sin la cerrazón mental de descartar una paradoja. En medio de la desolación, como Johnny Guitar en la película, la audiencia se sirve un whisky. La pandemia ha hundido las ventas de champán, pero ha privilegiado otras variedades alcohólicas. Entretanto, Simón ensaya su frase más lograda, «la mejor mascarilla es el distanciamiento social». Dicho por el ser más cercano.

*Periodista.