La carrera abierta por la Administración de Donald Trump para reservar la compra de no menos de 100 millones de dosis de la futura vacuna contra el virus del covid-19 no transmite una imagen precisamente positiva de las relaciones internacionales. Cuando ni siquiera es seguro que alguna de las vacunas en fase experimental llegue a ser eficaz, mientras crece sin pausa el número de contagiados a escala planetaria, el planteamiento que gana posiciones es una mezcla de nacionalismo y de mercantilismo desaforado que amenaza con dejar en la cuneta a las comunidades más desfavorecidas, más vulnerables. Una característica de nuestro tiempo, que es incapaz de adoptar como referencia el altruismo desinteresado practicado en situaciones precedentes incluso con menos herramientas científicas de las que ahora disponemos, pero con bastante más conciencia de comunidad global amenazada por una enfermedad.

Hace poco más de 50 años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) encargó a un joven médico estadounidense dirigir la campaña de erradicación de la viruela, a la que se sumó la URSS; en nuestros días, el presidente Trump ha decidido que Estados Unidos abandone la OMS con un discurso mezcla de prepotencia y de sospechas gratuitas. Eran tiempos de guerra fría, como lo eran los que, sin embargo, hicieron posible la cooperación de las dos superpotencias para desarrollar la vacuna oral contra la poliomelitis. Hoy se mantiene razonablemente salvaguardada la cooperación entre científicos, pero la competición entre estados, bloques y empresas está lejos de ser ejemplar a pesar de que la extensión de la pandemia no conoce límites y ha desencadenado una crisis mundial.

Algo que cabe calificar de insano ha dañado la conciencia de especie. Se ha impuesto una lógica que se refleja en las bolsas, donde las acciones de algunas farmacéuticas se han disparado ante la posibilidad de que a la vuelta de unos meses dispongan de una vacuna eficaz. Como si se tratara de un producto de los que cotizan en el mercado de futuros y cuando aún ningún científico ha dado por seguro que alguna de las pruebas llegue a buen puerto. Algo bastante descorazonador habida cuenta de que de una pandemia que se ha infiltrado en los cinco continentes o salimos todos o siempre quedarán abiertas puertas al contagio, porque es obvio que no todos los estados podrán hacer frente a la inmunización en igualdad de condiciones.

El ejemplo del médico Albert Sabin es más de actualidad que nunca: renunció a sacar un solo dólar de beneficio personal mediante el registro de una patente por la vacuna oral de la polio que él hizo efectiva. Cuando apenas se hablaba de la aldea global, entendió que no cabía sacar partido de forma ilimitada a un problema de alcance universal. El desafío planteado por el coronavirus tiene esa misma dimensión universal y dramática; requiere dosis masivas de solidaridad y coordinación a través de la OMS para lograr que la inmunidad futura alcance a todos y no solo a una parte de los amenazados por el mal.