He viajado en barco atravesando océanos hasta llegar a las costas de Japón y allí ponerme al servicio de un Shogun. Me sentía el extranjero. Sobreviví al cólera que asoló mi país dejando un rastro de pasiones y muerte.

Conocí una saga familiar que desapareció cuando al último de sus miembros se lo comieron las hormigas. He perseguido a una ballena blanca hasta perder la cordura y la batalla.

Me he batido en duelos a espada en las calles del Madrid del siglo de Oro y luché contra gigantes que no lo eran.

Conocí a los últimos zares rusos, y supe de su asesinato en una casa perdida en un valle nevado.

Mendigué y robé en los callejones de Londres y crucé el Missisipi huyendo de la ley. He declamado los versos más bellos bajo una ventana, aunque no fue mi voz la que los recitó, sólo mi alma.

He acarreado un bidón y una cerilla buscando hacer la justicia que no me concedían las leyes.

He sentido la nada.

Vi al dios de la lluvia llorando sobre México mientras caía noche más oscura.

Serví a un ciego que me enseñó la crudeza de la vida y bajé a los infiernos a leer poesía antes de ascender al purgatorio.

Aprendí por qué cantan los pájaros cuando los enjaulas.

He inventado mil y una historias para lograr sobrevivir mil y una noches.

He estado en campos de concentración y muerte y he sobrevivido para dar testimonio.

He sido el mejor médico del antiguo Egipto y he conocido la grandeza y la miseria.

Caminé entre elfos, enanos y hombres más allá de las puertas de Mordor y regresé sin una pesada carga.

He descubierto que el mejor de los mundos no es un mundo feliz y que no hay crimen sin castigo.

He pisado cristales y sangre cruzando el territorio de la guerra y la noticia.

Miles, miles de vidas y de historias. Era yo y era cada personaje. Y todo lo he vivido desde mi sofá o bajo un árbol, sentada a la orilla del mar o tumbada sobre mi cama, a veces a a trompicones, a media noche, impaciente o asombrada, siempre agradecida, feliz, porque el secreto es que la vida, sin libros, es menos vida.

* Periodista