Ellyanne Conway, la mano derecha de Donald Trump, anunció hace un par de domingos que se va. Se trata de la brillante estratega que dirigió en su recta final la campaña del presidente norteamericano que desembocó en la Casa Blanca, luego es una buena noticia para la humanidad que no le vaya a acompañar en su combate contra Joe Biden.

La consejera Conway, primera mujer gerente de una campaña electoral ganadora en la historia de su país, no le está haciendo la cobra a Trump en plan Melania. Es una acérrima y fiel defensora de su jefe incluso en los momentos peliagudos de su gobierno, y no se corta por el hecho de estar casada con uno de los líderes republicanos más críticos con el mandatario. El abogado George Conway es un enemigo declarado del patrón de su esposa al nivel de insultos en las redes sociales (Trump le llamó «cara pan», «perdedor» y «marido infernal») y ha demostrado un compromiso activo contra su nominación como candidato del partido.

La asesora ha revelado que más adelante atenderá nuevos proyectos profesionales, pero que ahora se va a centrar en la educación de sus cuatro hijos adolescentes que el próximo curso estarán escolarizados en casa por culpa del coronavirus. También su esposo deja de momento la política para centrarse en la familia. Entienden que para que los chavales aprieten en los estudios vía digital les tienen que estar encima. Puede que también haya influido que su hija Claudia, de 15 años, saltó hace poco a las redes sociales criticando duramente a Trump y pidiendo el voto para los demócratas. Los padres le quitaron el móvil y ella se vengó anunciando que tramitará su emancipación ante los tribunales y rogando a la congresista de izquierdas Alexandria Ocasio-Cortez que la adopte. Así las cosas, Kellyanne Conway ha dado un paso atrás, explicando jocosamente que a partir de ahora su vida tendrá «menos drama y más mamá».

NO LE ARRIENDO la ganancia. En los tiempos que corren, una sabe cuando se encierra en su casa pero no cuando saldrá. Es arriesgado dejar el despacho, a dos puertas de los auténticos centros de decisión, para acomodarse junto al lavaplatos. Las videoconferencias de alto nivel van perdiendo participantes femeninas y parece un accidente. Las mujeres hemos vuelto a la cocina con un nuevo electrodoméstico, el ordenador, al que estamos permanentemente conectadas.

Llevamos así medio año y no parece que las perspectivas vayan a mejorar. Ni que importe demasiado. Seguimos en la cocina, y queda claro que hemos hecho un mal negocio. Tal vez esta era la habitación propia que merecíamos y tanto hemos reivindicado, ahora dotada de conexión wifi.

Tenemos todo un ministerio de Igualdad más interesado en los hombres que se sienten mujeres que en las mujeres que se pasan el día sentadas delante de una pantalla, mientras cocinan y limpian, y suplen las carencias de un sistema económico pensado para que el cuidado recaiga en ellas, vengan duras o maduras.

No espero nada de este ministerio de las mujeres invisibles. Van a tener que venir los bomberos, los geos o los cascos azules de la ONU a sacarnos de la cocina, porque estamos contribuyendo a que todo funcione emulando a Nacho Cano de Mecano, y su doble teclado: con una mano en el portátil, y con la otra en la thermomix.