Resuena en algunos editoriales y artículos de opinión de la prensa regional la reciente comparación que ha realizado el Presidente de la Junta de Extremadura entre Podemos y el franquismo. Ambos son lo mismo, asegura. Más allá de la tosquedad de una afirmación por parte de quién siempre ha mostrado abiertamente su incomodidad con la quiebra del bipartidismo, merece la pena analizarla en su contexto.

Hace apenas dos semanas, con la inesperada dimisión de su Coordinador Regional y la posterior disputa entre sus representantes, C´s culminaba un proceso de autodestrucción en la región tras cinco años de dimisiones, expulsiones y pugnas entre cargos públicos que en algunos casos acabaron incluso en los juzgados.

Más allá de los daños propios, se esfumaba así la posibilidad de reeditar en el futuro una alianza que ya estuvo sellada hasta que los últimos recuentos de la noche electoral autonómica de 2019 anunciaron una mayoría absoluta que la hacía innecesaria.

La elaboración de la alianza entre ambos comenzó a tomar forma pública cuatro meses antes de la celebración de las elecciones en la región. A mediados de enero, Extremadura saltaba a los noticieros nacionales y esta vez nada tenía que ver con una nueva reivindicación del tren digno por parte de los movimientos sociales. El parlamento autonómico aprobaba, con la excepción de Podemos, una propuesta en la que se pedía al gobierno central el reconocimiento a la “inestimable contribución” de la Monarquía en la construcción de nuestra “nación milenaria” y, aún más estridente, la aplicación del artículo 155 de la Constitución a Cataluña, reclamando incluso el control de su televisión pública “con la amplitud y duración que fueran necesarias”.

Los días siguientes oscilaron entre el sonrojo provocado por semejante delirio y el recordatorio de las prioridades que debiera tener el presidente de la región con los niveles más altos de precariedad y desigualdad de España.

Con este movimiento, acaso torpe y mal medido en su recorrido mediático pero sin duda meditado, la Junta de Extremadura no sólo contribuía a torpedear la distensión que se tejía por entonces con aquel territorio sino que se granjeaba las simpatías de quienes debieran ser aliados en la configuración del nuevo gobierno regional si así lo exigía un resultado electoral caprichoso en los comicios de Mayo.

Por si fuera necesario despejar cualquier duda, los mismos protagonistas meses después reconocerían en un debate parlamentario - y sin que apenas trascendiera a los medios de comunicación - que tales negociaciones existieron y que derivaron incluso en el tratamiento del “reparto de sillones”.

Observando la deriva nacional y los acontecimientos de los últimos días parece sensato concluir que esa posibilidad aritmética entre PSOE y Ćs se diluye en el horizonte. La insostenible comparación entre una fuerza política democrática que gobierna nuestro país y quienes reivindican la dictadura militar como una alternativa preferible, más que un exabrupto centrista, es el reflejo de la desesperación de quien ve como a dos años de la próxima cita con las urnas la única opción de gobernabilidad viable pasa por entenderse con quien tanto menosprecia. Sin embargo, encontramos alguna novedad destacable respecto a ocasiones anteriores. Y es que el escenario abierto con la configuración del nuevo gobierno de coalición cambia sensiblemente la partitura: no estamos en tiempos de facilitar investiduras y delegar la gestión sino de asumir una responsabilidad histórica de gobernar. También en los territorios. Si hay una región que necesita la puesta en marcha de políticas audaces de transformación de nuestros recursos productivos y abandonar el interesado agravio comparativo con otras regiones esa es Extremadura. Las mayorías absolutas no duran eternamente. La Unión Europea ha reaccionado al desafío económico de la pandemia ofreciendo una malla protectora, el gobierno del Estado se consolida y parece reafirmarse en el desarrollo de políticas de recuperación de derechos.

No hay razón para permanecer estáticos mientras la austeridad pliega banderas y sus representantes se aferran a los mástiles. Toca afrontar el futuro sin fobias ni vetos. Toca mover ficha.