A determinada edad la vida se desnuda ante el énfasis de la soledad y le empieza a hacer preguntas. Al margen de lo que vemos, está lo que pensamos; muchas cosas que viven en nuestra mente son el asombro encadenado al silencio y sus fines personales. Nuestra existencia empieza muy bien, pero por suerte o desgracia, con el «desarrollo» se jode todo. Sí, creo, que nuestro lugar de partida dista mucho de nuestro lugar de origen. Pensar es desgarrar bruscamente el alma y fragmentar con recuerdos nuestra existencia. La tristeza es tan noble que solo se daña a ella misma...

Hace pocos días, mientras me duchaba, sentí la necesidad de mirarme las tetas y volver a encontrar en ellas el recuerdo de mis hijos. Durante su infancia fueron la abundancia que todo lo multiplicaba. Sí, mi leche fue el remedio que les quitó el hambre, y los mantuvo saludables. Ahora, mis hijos son mayores, y he de admitir que muchos días junto a la soledad, anhelo y busco su llanto.

No, no me voy a poner triste, el mejor homenaje que le puedo hacer a mis dos higos chumbos es buscarle unas manos fecundas que me los soben... Hay momentos en los que uno se da cuenta de lo independientes que son los afectos y la de razones que van teniendo a lo largo de la vida.

¡Las madres inventamos el amor! Qué de contradicciones tiene la maternidad y cuántos ensayos de muerte viven en ella. Hay cosas que junto a la coherencia se vuelven temblorosas y dejan de ser la mayor recompensa de la vida. Por lo tanto, es mejor impulsar la «locura» y ver en lo extraño algo entrañable. A decir verdad el ideal de maternidad no existe, los hijos se hacen mayores, y las madres solo tenemos un derecho: amarlos de por vida. Ser madre es alejar el egoísmo y entender que el amor de verdad no demanda nada.

Es importante asimilar determinadas cuestiones de forma completa. Tengo una amiga (muy irónica ella) que dice: «lo bueno de que los hijos se independicen es que en nada te hacen abuela». Ay, qué grado de «vejez» tiene tal palabra...

* Escritora