La química, uno de los principales aliados de la medicina, está desempeñando en los últimos meses un rol fundamental para combatir la pandemia, tratando de garantizar productos que son de primera necesidad en nuestra lucha frente al coronavirus. Su papel relevante se vislumbra tanto desde la perspectiva de la investigación como de la industrial. En ambos contextos se han realizado ímprobos esfuerzos readaptando líneas de investigación y de negocio para tratar de satisfacer la demanda de ciertas sustancias y materiales cuyo uso evita la propagación de este enemigo, tan minúsculo y poderoso a la vez, que ha provocado, lamentablemente, tantas desgracias a nivel mundial.

Entre los muchos vocablos que hemos incorporado a nuestro léxico durante esta emergencia sanitaria encontramos el de fómites, que en epidemiología se refiere a aquel material, carente de vida, que puede vehiculizar un patógeno, en este caso el coronavirus. Entre los fómites más comunes son reseñables los metales, el plástico, cartón, papel, etc., sobre los que puede depositarse cualquier patógeno, el cual, tras un contacto con nuestras manos, puede terminar posteriormente en algunas de nuestras mucosas más expuestas al exterior, como son boca, nariz y ojos. Así, los fómites contribuyen a la introducción del patógeno en nuestro organismo.

Por ello, un primer tratamiento, con carácter preventivo, que hace uso de compuestos químicos, consiste en realizar un gesto tan cotidiano como lavarse las manos con agua y jabón, que ha evitado, sin ningún género de duda, muchas muertes. La acción del jabón impacta directamente sobre el talón de Aquiles del virus, la membrana lipídica que lo protege, destruyendo así la muralla protectora de su material genético y por consiguiente inactivándolo. Estos jabones pueden ser los usuales, obtenidos, de modo muy económico, mediante la tradicional saponificación de las grasas vegetales, así como los derivados de alquilamonio, presentes en muchos detergentes y tensioactivos.

En nuestra vida también han irrumpido los geles hidroalcohólicos que, junto con el papel higiénico, tanto llegaron a escasear en los lineales de los supermercados. Este hecho supuso una verdadera revolución para la industria química que se vio obligada a responder a una importante, a la vez que emergente, demanda de la ciudadanía.

La formulación de los geles hidroalcohólicos es muy variada. Así, si nos acogemos a las pautas proporcionadas por la OMS, entre sus componentes se incluye glicerol, cuya función es actuar como soporte a la vez que proporcionar hidratación. Como componente activo principal se utiliza un alcohol, bien alcohol etílico(más barato, al proceder de la fermentación alcohólica)o alcohol isopropílico, en proporciones comprendidas entre el 60 y 95%. La acción del alcohol reside en su capacidad de desnaturalizar las proteínas que el coronavirus tiene en su superficie, las cuales son utilizadas por el patógeno para penetrar en nuestras células. Tras el proceso de desnaturalización se modifican diversas propiedades físicas y químicas en dichas proteínas, hecho que inactiva al virus. En algunas formulaciones también es posible encontrar cloruro de benzoilo, empleado con carácter eminentemente antiséptico.

Por otra parte, durante el transcurso de esta crisis sanitaria se han ensayado diversas moléculas ,entre otras, diferentes agentes antimicrobianos y antivirales que habían sido utilizados con éxito en patologías víricas previas. Se ha pasado así de estados iniciales de entusiasmo, impulsados sin demasiado fundamento por círculos sociales y políticos, a situaciones más realistas cuando los científicos comenzaron a explorarlos. Son conocidos los casos de la cloroquina e hidroxicloroquina, agentes antipalúdicos y efectivos frente a otras infecciones, pero sin eficacia demostrada frente a COVID-19. Algunos antivirales, empleados con éxito frente a virus como el VIH, han conseguido resultados positivos en algunos estudios clínicos, como ha sido el caso de remdesivir. Igualmente, el corticosteroide dexametasona consiguió mejorar satisfactoriamente a enfermos de un hospital británico, siendo por ello adoptado por gobiernos de la Unión Europea como un potencial fármaco anti-COVID para los casos más graves. Los estudios con otros fármacos (demostrando actualmente éxitos superiores al 90% en modelos animales) continúan siendo por tanto una de las mejores vías, junto con las vacunas, para vencer “químicamente” al virus.

El papel que han jugado los gases medicinales, de cuya preparación se encarga el sector químico, en el tratamiento de esta enfermedad que cursa principalmente con síntomas respiratorios es incontestable. El uso de oxígeno, utilizado para proporcionar respiración asistida y tratar la hipoxia, ha sido crucial a la hora de salvar muchas vidas, aunquetambién se han desarrollado otros gases medicinales con una gran diversidad de aplicaciones.

Hoy en día existen muchas evidencias científicas, descritas por expertos en transmisión y prevención de enfermedades infecciosas, que ponen de manifiesto el papel relevante que juegan los bioaerosoles en la transmisión del coronavirus, especialmente en espacios cerrados y mal ventilados. Se entiende por aerosol aquella partícula de tamaño menor de 100 μm capaz de permanecer en el aire suspendida por un tiempo variable (desde segundos las más grandes, hasta horas las más pequeñas), las cuales, en función de su tamaño, pueden alcanzar las vías respiratorias. En la búsqueda de medidas preventivas para frenar la propagación del virus por esta vía, ciertos polímeros y algunas fibras sintéticas han sido considerados productos de gran relevancia, ya que se han empleado como materiales de partida para la fabricación de equipos de protección individual (EPIs), además de ser muy utilizados, debido a sus propiedades, para diseñar material hospitalario. Algunos de estos polímeros también forman parte de los filtros presentes en las mascarillas quirúrgicas, que tienen como material base la celulosa, las cuales están resultando ser claves para protegernos de los bioaerosoles.

Pero es probablemente la fabricación de vacunas el desafío más importante al que la industria farmaquímica se ha enfrentado, y continúa enfrentándose, para tratar de dar respuesta terapéutica, a contrarreloj, a esta emergencia. En poco menos de un año se han desarrollado diversas vacunas, seguras y con altos porcentajes de eficacia en fases clínicas, necesarias para activar los mecanismos de inmunización y facilitar la prevención de la enfermedad. Las estrategias para obtenerlas son diferentes y pueden emplear desde partículas víricas inactivadas hasta fragmentos moleculares del virus que puedan inducir una respuesta inmunitaria. Son conocidas por la opinión pública las vacunas de Pfizer, de uso reciente en hospitales del Reino Unido y cuyo inicio de vacunación en España, junto con el resto de los Estados de la Unión Europea, está previsto para el próximo 27 de diciembre ;la de Moderna en Estados Unidos; Sinovac en China, que también ha comenzado a vacunar a su población y otros países del sudeste asiático; y la más controvertida, Sputnik, en Rusia. Las vacunas constituyen la principal esperanza contra esta crisis mundial de dimensiones hasta hace poco inimaginables y, gracias a la alianza COVAX, se verá garantizado un acceso rápido, justo y equitativo de las mismas en todo el mundo. Su logro, en un tiempo récord, está suponiendo un esfuerzo titánico interdisciplinar en el que participan, no sólo la medicina, sino también otras ciencias, entre las que se encuentra la química. Por todo ello, es de justicia hacer un reconocimiento al crucial papel que ha desempeñado el sector químico en particular, y la ciencia en general, en un momento tan importante para la Humanidad, contribuyendo al cuidado de nuestra salud.

La Historia nos ha mostrado que las pandemias pueden ser recurrentes, por ello debemos estar prevenidos para este tipo de crisis, cuidando y potenciando ciertos sectores estratégicos. La ciencia no puede dejar de ser una prioridad; no podemos acordarnos de ella como de Santa Bárbara. De ahí la importancia, como ya lo han apuntado muchos científicos españoles, de contar con un pacto por la ciencia que garantice la continuidad de las políticas científicas y las inversiones en ciencia a medio y largo plazo, comenzando por aumentar los recursos destinados a investigación, hasta alcanzar, qué menos, que el 2% del PIB que constituye la media europea.

Mientras tanto, y hasta que volvamos a poder abrazarnos y ver nuestras sonrisas, que la ciencia nos acompañe.

*Profesora Titular de Química Orgánica. Facultad de Ciencias, Universidad de Extremadura