Acumulábamos ya varias crisis concéntricas. Seis en el caso español: el desprestigio institucional, el bloqueo político que impide grandes acuerdos en esta segunda transición por la vía de los hechos consumados, la incapacidad de las élites para cerrar conflictos que hunden sus raíces en el siglo XIX, la pérdida de soberanía de los estados unida a la crisis de la UE y a la imposición del poder económico sobre los gobiernos democráticos, los reequilibrios internacionales en que imperan regímenes con inercias totalitarias como Rusia y China, y la tragedia medioambiental que nadie parece querer detener.

La del nuevo virus no es otra crisis que se superponga a estas. Más bien funciona como foco que las ilumina todas y, al mismo tiempo, como acelerador de sus consecuencias. Lo explico desde el círculo más amplio al más estrecho.

La crisis más importante y global es la del medio ambiente. El sistema económico neoliberal se está cargando el planeta. Durante 2020 se han escrito muchos estudios que apuntan al abuso medioambiental como una de las causas del virus: el mejor antiviral futuro es acabar con ese abuso. Pero eso pasa por algo que pocos defendemos: un cambio radical del sistema socioeconómico.

La crisis del nuevo marco internacional se reveló con crueldad cuando supimos que habíamos delegado en China la fabricación de material sanitario que salvaba vidas, y que no podíamos exigir que nos lo vendieran en condiciones idóneas de tiempo y forma. Más adelante, la descarnada lucha geopolítica de propaganda en torno a las vacunas introdujo a Rusia en la ecuación: habrá que esperar para conocer las consecuencias de tan perversa competición.

El imperio del poder económico sobre el político no ha podido dejar muestra más inhumana: el confinamiento estricto -única arma segura contra el virus- es incompatible con el neoliberalismo basado en el consumismo irracional, y a la hora de decidir, casi todos los gobiernos -con pocas y honrosas excepciones- han preferido proteger un sistema económico dañino que las vidas de millones de personas.

Estamos esperando a que algún líder que se precie proponga las reformas estructurales cuya necesidad ha puesto de manifiesto la crisis sanitaria.

El siguiente círculo concéntrico, la incapacidad española de cerrar conflictos pretéritos para mirar al futuro, ha provocado que durante dos años hayamos seguido hablando de Franco, de fascismo y comunismo o de nuestro problematizado modelo territorial y, sin embargo, hayamos dedicado cero minutos a debatir sobre los retos de una nueva sociedad que se va a hacer vieja antes de que la política atienda sus urgencias. El nuevo coronavirus ha subrayado más que nunca esos retos, por ejemplo: en cuarenta años no ha habido acontecimiento más clarificador del fracaso del modelo autonómico.

En cuanto al bloqueo político, hemos pasado del bipartidismo al «bibloquismo», no sin antes desperdiciar dos legislaturas completas (la XI en 2016 y la XIII en 2019) y poner en marcha tres mociones de censura (2017, 2018 y 2020). La polarización política exacerbada ha hecho imposibles -vergonzantemente- acuerdos de mínimos en medio de un desastre que cuesta cientos de vidas al día.

En cuanto a la crisis de credibilidad institucional, es difícil encontrar en el pasado peor opinión de los españoles. Es lógico, teniendo en cuenta las noticias sobre la Corona en mitad del confinamiento, los diecinueve criterios distintos en las decisiones importantes, la pelea política entre administraciones o el pésimo lugar de España en los baremos internacionales de la pandemia, tanto en tasas de letalidad como en daño económico causado.

Como ocurría en «El traje nuevo del emperador» (Hans Christian Andersen, 1837), ya todos sabemos que el rey va desnudo, y esto no va solo por Don Juan Carlos, sino por todo el sistema institucional del que fue Jefe del Estado. La noticia sería extraordinaria si hubiera servido para aprender, pero es dramática porque, al contrario que en el cuento, aquí la multitud entera no grita al rey que va desnudo, sino que la mitad aplaude como si nada pasara y la otra mitad trata de sacar partido de una desnudez que también es suya.

*Licenciado en CC de la Información