Ver y escuchar al consejero de sanidad extremeño suplicando que no se celebre la Nochevieja me puso los pelos de punta. José María Vergeles compareció el jueves no solo para dar cuenta de las medidas restrictivas puestas en marcha desde el 1 de enero para frenar la pandemia, como el toque de queda a las 22 horas o las mesas de los bares para un máximo de 4 personas, sino también para rogar y suplicar (lo dijo literalmente) que la gente no saliera de casa el día 31; que no había nada que celebrar dados los datos de incidencia acumulada de coronavirus, puesto que eran los segundos peores de todo el país en una región tan dispersa y tan escasamente poblada como la nuestra.

No quisiera estar en el pellejo de este responsable político. El año 2020 le marcará de por vida igual que a todos, pero en su caso mucho más. Su situación en medio de la enfermedad y la economía ha sido y está siendo muy complicada, teniendo que lidiar con quienes exigen mayor contundencia contra el virus y aquellos otros que requieren medidas más laxas que no asfixien a las empresas, sobre todo aquellas que guardan relación con el ocio y la hostelería. Porque es verdad que las decisiones se toman en el Consejo de Gobierno y el responsable último de todo es el presidente de la Junta, pero quien da la cara la mayor parte de las veces es él y quien ha tenido que decidir si había que aplicar dureza o confiar en la responsabilidad colectiva otro tanto de los mismo.

Porque una cosa está clara: se haga lo que se haga siempre va a haber descontento. Si se cierran los bares y los locales es que no nos dejan vivir y son unos exagerados, y si no se cierran resulta que es una temeridad con el índice de contagios que existe. Si se abre la región a otros territorios estamos locos, pero si se cierra es una tontería y no sirve para nada. ¿En qué quedamos? Somos una comunidad de viejas de visillo tras las ventanas, nos gusta rajar de todo el mundo que pasa por la puerta sin aportar ideas ni soluciones, solo criticar al que actúa en medio de una crisis para la que no existe manual.

Saber lo que hay que hacer a posteriori no tiene mérito. Lo complicado es oír a todas las partes y tomar una decisión que sea lo más beneficiosa para la salud y lo menos perjudicial para la economía. ¿Pero alguien se imagina qué hubiera pasado de cerrar la Navidad en este país o en esta región? Protestas masivas en todos lados. Sin embargo, celebrarla tampoco consistía en organizar fiestas multitudinarias como se han visto ni desmadres como el de Barcelona con decenas de personas bailando en una nave abandonada y sin mascarillas protestando cuando vino la Policía a desmantelarla.

Como sociedad hemos fracasado. Somos un pueblo irresponsable que no sabemos vivir sin normas coercitivas que nos impongan la manera de actuar. Porque, como también dijo el consejero Vergeles, son jóvenes los que actúan de manera irresponsable, pero también «hay maduritos», en referencia a esos adultos que siguen los mismos patrones que sus hijos negando la pandemia y saltándose las medidas de seguridad en cuanto tienen la más mínima oportunidad.

Considero que haber dejado abierta la Navidad y la llegada de la vacuna ha trasladado un mensaje de que esto se había acabado y es totalmente falso. De ahí la súplica de Vergeles a la ciudadanía ya como última medida in extremis, la cual, dicho sea de paso, no ha servido de mucho, porque igual que algunos no tenían pensado celebrar nada, quienes sí lo habían decidido han seguido adelante a pesar de los muertos diarios, los positivos disparatados y las palabras de su consejero.

No quiero ni pensar en una semana cómo andaremos. ¿O alguien sigue pensando que esto se ha terminado?