En Plasencia, una fiesta de Nochevieja con más de 200 personas concluyó el sábado, o sea, dos días después, pese a que las autoridades lo sabían desde el 1 de enero. La decisión para no haber actuado antes se justifica en razón de los principios de oportunidad y proporcionalidad, o, lo que es lo mismo, se habría optado por esperar a que los asistentes abandonaran la fiesta por su propia voluntad, más o menos, con el fin de «no provocar daños mayores». Se trata de una actitud que demuestra una gran empatía, sin duda, pero la obligación de las autoridades es restituir la legalidad cada vez que se vulnera, da igual si se trata de una fiesta en la que «estamos escuchando música, tenemos todo el derecho, no somos ilegales, tenemos alma», como les dijo una chica a los policías, o si se trata de una multitudinaria matanza del cerdo en una nave donde los habitantes de dos pueblos vecinos se reúnen un par de días para preparar sus chacinas, jamones y embutidos, evitando las prohibiciones pandémicas: «estamos haciendo el avío del año, tenemos todo el derecho, no somos ilegales, tenemos hambre». Por cierto: ¿también en este caso se habría decidido esperar a que los matanceros salieran voluntariamente?

En Cataluña, la consejera de Salud anunció el 31 de diciembre que el toque de queda se adelantaría dos horas a partir del 1 de enero, es decir, a partir del día siguiente, dado que los contagios estaban «casi 200 casos por encima de la media nacional, la más alta del país», dijo en la comparecencia que consideró «la más difícil, dura y menos deseada de mi vida política». ¿Por qué no se adelantó al mismo día 31, si el objetivo de la medida era precisamente «atajar una incidencia desbocada desde hace diez días», como reconoció? Desde luego, según esa incidencia de diez días, no fue porque «no llegábamos a la fecha con la normativa». La verdad era otra: «Hay personas que, en su libre ejercicio, han viajado para ver a sus familiares y no queríamos que por un día pudiéramos fastidiar...». Tanta comprensión por parte de la consejera enternece, si no fuera porque el ejercicio de la autoridad implica con frecuencia fastidiar, sea por un día o por tres meses de confinamiento. Pero el retraso de la medida revela aún más demagogia al aludir a la libertad: «Hay personas que, en su libre ejercicio...». Se trataba, en fin, de no molestar. Aunque a cambio tuviera que suplicar, como así hizo, de hecho: «Apelo, suplico y pido a los ciudadanos que no celebren la Nochevieja».

La consejera catalana quería quedar bien con los ciudadanos: Total, una noche más o una noche menos. Las autoridades extremeñas fueron pragmáticas: Para qué intervenir ya, si los cochinos va a estar muertos igual.

*Funcionario