En nuestro interior, la mayoría de las veces, se sienten plumas de pájaro. Sí, las mismas que componen metáforas y nos muestran nuestra propia decadencia. En apariencia somos hombres civilizados, pero la vida, sirviéndose de la cotidianidad, nos demuestra que somos simples y salvajes.

Siempre he pensado que junto a lo vasto y ordinario aparecen las carencias que nacen de la falta de tacto e inteligencia. Dicho de otra manera, creo, que el refinamiento se afirma con el conocimiento y la cultura.

Hace pocos días me senté a ver las «diversiones» de un grupo de machos. Sin delicadeza, ni sensibilidad, y con la brutalidad subida de tono, iban hablando de las mujeres y reduciendo la conversación a una palabra: «putas». Es evidente que junto al borreguismo prolifera todo lo peor y los esquemas dialécticos son muy reducidos. Ya saben que junto a la ignorancia todo se fragmenta y se concibe «de aquella manera». Pero no está demás decir que determinados «machos» dan asco. Sí, me los imagino en la intimidad y se despiertan en mí unas ganas de vomitar espantosas.

Junto a la palabra «puta» está el desgarro brutal del machismo... Es imposible ser la complacencia de las bestias y afortunadamente, después de muchos años anuladas, las mujeres ya no necesitamos a ningún hombre que no nos valore y respete. Bastante aguantaron las nacidas sobre el suelo de Franco. Hay muchos hombres maravillosos, pero desgraciadamente, todavía quedan machistas y borregos.

Las mujeres somos la abundancia que con virtuosismo agiliza toda producción y a día de hoy podemos (gracias a Dios) mandar a tomar por culo a todos aquellos que no nos conceden nuestro lugar. Llamar «puta» a una mujer es no considerar que la falta de respeto es la principal impulsora de muchas tragedias. Fragmentar es destruir...

*Escritora