Oigo la radio. Todo se me antoja descalabrante. Menos mal que ya estamos en la final (del futbolín). Si la juega Messi, mejor. Federico Jiménez le llama Sanchinflas. A Messi no, a Sánchez. Mi hija no sabe quién es Cantinflas. Mario Moreno. Cuando Manolete arribó a México allí estaba Cantinflas. Guitarra en mano. Ni sangre, ni arena. Lo de viajar allende los mares parece ahora casi tan notable excepción como en los cuarenta. Sabañones y gasógeno. El gas, la electricidad… La factura de la luz, ¡cábala soberana! Hace frío; se me está enfriando el corazón…

Veinte años sin Julio Robles, el héroe caído, mucho antes, en Béziers. El deslumbramiento mágico, la tauromaquia. Dos gotas de llanto en media verónica. Debe ser horrendo morir solo, sin tarde, sin toro. La muerte malencarada en derredor nuestro. Un instante nada más. El beso fatal de los goteros.

Pudiera ser. Debe ser horrendo. Debe ser horrendo lo del ácido. El criminal tiene nombre y me da un no sé qué, un qué sé yo, escribirlo. ¿Se puede ser más perro? ¡Qué culpa tendrán los perros! Menos mal que nos queda de los perros su dulzura, menos mal que nos queda abrigo en sus ojos…

Dice Carlos Herrera que Aznavour fue amante de Piaf. La vida no fue piadosa con ella. Debe ser lo de siempre, que solo en el dolor las flores son más bellas (y las canciones). Los sábados, César Lumbreras. Los domingos, misa. Como si el domingo tuviera premio, como si se aplazaran las inmundicias con que nos despertamos a diario. O casi. Iñaki Gabilondo dice que está harto. ¿Solo él? Harto de mirar en oblicuo, de extraviar la mirada, de manadas, de bandos, de los tuyos y hasta de los míos. España, madre, madrastra… de cada mañana.

Aún es de noche, escribo con luz artificial (“luz día” se leía en el envase de la bombilla). Cuando dicen blanco dicen negro. Se lo tengo advertido a mi hija. No me cree. Hace bien. Cuando dicen que no nos confinarán dicen que falta poco para que nos confinen. “Garitano tiene toda nuestra confianza”. ¡A la calle! “Illa no va de candidato”. ¡Allá va! ¿He dicho Illa? ¡Piove, porco governo! ¡Otro clásico! ¡Qué socorridas son las medias verdades! Pandemia y elecciones. Cataluña devorándose a sí misma. ¿Y Extremadura? ¿Qué ha pasado en Extremadura que no sepamos? Vara y Vergeles. Están engordando. La política engorda (los egos). La política suele ser casi siempre un mal paso. Solo ofrece consuelo el día de después (de después de irte). Monago también ha engordado. Dice Abelardo que teme engordar ahora que está en Vitoria. Concluyo que Vitoria engorda (no tanto como Extremadura).

Extremadura de todos mis amores… A Luz Rueda, allá donde esté, semejantes sartenazos de cursilería la encorajinaban. Ella, que tampoco era de aquí, acabó envenenada por este mismo amor (aunque lo escribiera distinto). ¿Qué pensaría Luz de todo esto? Ahora, por fin, los extremeños somos los primeros; como un calcetín sucio vuelto del revés. Los primeros en enfermar. Tendentes al contagio. Vara y Vergeles. Y los autónomos, los que a final de mes no tienen en su cuenta corriente la magia de una pertinaz llovizna de euros. Llueva o truene. O nieve. Filomena. El Melillero. Sí, el Melillero. Así se llama el viento del infierno. Debe ser horrendo. La muchacha. Los enfermos. Las calles vacías. Las persianas echadas.

Por lo demás, bien. Lo ha dicho el presidente de aquí: seamos prudentes. Aquí sigo, sin vacuna. Recuerden, si dicen blanco apuesten por el negro. No, no pactaremos. No, no indultaremos. ¿Dimisiones? Casi un año de pandemia y mentiras y, salvo Gabilondo, no sé de nadie que haya dimitido. Hasta lo de Gabilondo puede ser un mal aire. Un siroco. Lo de viajar… de momento no. Se llama el Melillero y es el viento del infierno. Ni sangre ni arena, solo nieve. Menos mal que ya estamos en la final. ¡Athletic, eup!

Sigue siendo noche…