Nosotros y la pandemia. Llevamos un año de constante disloque. Un disloque en espiral. Repleto de angustias. O séase, un pandemónium. Algo así como el incendio de Roma, Nerón y lira incluidos. Un espectáculo soberbio si no fuera por el precio que nos toca pagar. Porque en este sainete trágico de ochenta mil muertos nuestro nombre está en el elenco. Un sainete, dados los perfiles de sus personajes principales, más bien tragicómico. Llevamos un año metidos en el camarote de los hermanos Marx (istas). Un año envueltos en el más patético de los desórdenes. La enfermedad ha venido para sacar a la luz nuestras propias taras. Al menos, las de nuestros gobernantes. Pero algo hemos hecho mal (todos).

Cuando era niño creía que entre las virtudes de la raza estaba nuestro carácter indomable. De Viriato al dos de mayo. Carácter que -como no podía ser de otro modo- propendía a la rebeldía… a la indisciplina… y, en situaciones extremas, a la misma anarquía. Sigo creyendo en las virtudes de la raza, pero ahora, creo también en que la distancia que va de la virtud a la tara es, en ocasiones, corta. Basta un mal paso. De la más heroica guerrilla a la charlotada más ridícula. Yo ya no estoy para investigar cómo son las gentes de allende de nosotros, pero aún tengo ojos para ver que España lleva un año dando tumbos. España está descuajeringada. Un año de órdenes y contraórdenes. Un año de expertos sin expertos. Un año de barco sin timón. Un año de grumetes sin capitán.

Empiezo a creer que somos un pueblo manso. Quizá hasta ahora no entendí aquello de ¡qué buen pueblo si hubiera buen señor! Aquí lo que se echa de menos es un buen señor al que servir. Creo que hemos obedecido cuanto se nos ha mandado. Al menos, los más. Pero creo que las órdenes son contradictorias. Nadie, salvo Simón, el supuesto experto, dijo que esto fuera a ser fácil. Pero nuestros gobernantes, incluido el ministro Illa, llevan un año poniendo cara de conejo. “Cogobernanza”, dijo Sánchez cuando la gobernanza se le había ido ya de las manos. Otro trampantojo de tramposo. ¿Para qué ha servido la “cogobernanza”? Para que los ejércitos de pancho villa pasen de uno a ciento. Ahora a las diez. Ahora a la ocho. Ahora dentro. Ahora fuera. Ahora sí. Ahora, no. Tú sí. Tú no. El bochorno de ser ciudadanos en el reino de las mil taifas.

¿Virtudes de la raza? ¿Es manso el toro que otrora fuera bravo? ¿También en Extremadura? ¿Cuántas medidas fallidas llevamos ya en Extremadura? Ahora mascarillas. Ahora no. Ahora podemos salir. Ahora no. Ahora dieciséis comensales. Ahora no. El manual de la pandemia tiene más entradas que aquellas páginas amarillas de antes. ¿De memoria? No, entendiéndolas. ¿Hay alguien capaz de entender semejante desbarajuste?

En Moncloa, mientras esto arde, tocan, en lugar de la lira, un tamborcillo donostiarra. Ahora Nerón le ha ofrecido la gobernanza global al nuevo presidente estadounidense. Y retumba el tamborcillo por doquier. No salgo de mi asombro. Un tipo que debería hacer mutis por el foro (vulgo esconderse de sí mismo) se ofrece para la gobernanza cuasi interestelar. Pancho Villa en día de tequila. Hasta después del 8M no confinamos. Hasta después de las elecciones catalanas tampoco. ¿En manos de quién estamos?

Y aquí seguimos: ciudadanos tarumbas ante un gobierno de chorlitos y de sinsorgos (y, por supuesto, no descarten que también de malvados). En permanente zozobra. Un año de montaña rusa. Nadie dijo que fuera a ser fácil, pero nadie pudo suponer que se pudiera hacer tan mal. Gobernantes a la deriva. Un año de error tras error. De mentira tras mentira. De muerto tras muerto. Algo hemos hecho mal, aunque solo sea haber elegido a semejantes elementos para, supuestamente, gobernarnos. ¡Qué buen pueblo si hubiera buen señor! Algo hemos hecho mal (aunque solo fuera darnos capitán).