A falta de jeringuillas adecuadas para administrar la vacuna provoca el desperdicio de dosis en toda España. Es difícil, la verdad, que se acumulen más contratiempos. Déficit de jeringuillas, sobredosis de desgracias. Pfizer ha recordado que para extraer seis dosis de un solo vial se deben utilizar las llamadas jeringas de «bajo volumen muerto»; las estándar causan que esa sexta dosis no se pueda aprovechar. A esa sexta dosis, el consejero de Sanidad andaluz, Jesús Aguirre, las ha llamado «culillos». Oiga, no hay que ser despreciativo, con lo bien que sabe el último trago. Hay que alabarle la inventiva y el gracejo pero lo que esperamos es que tenga los mismos reflejos para subsanar el asunto. Al final de la tarde surge la noticia: Andalucía comprará 25 millones de jeringuillas; Madrid, por su parte, también ha avanzado la compra de 280.000. Un poco rácana la Ayuso, tal vez. O un poco rumboso el Gobierno andaluz, quién sabe.

La falta de jeringuillas es ahora el problema que pincha. El asunto que nos inyecta pesimismo. Amazon hubiera organizado mejor la logística. El covid está resucitando palabras. Como confinamiento, mascarilla, pandemia o jeringuilla. Pero nosotros preferiríamos que no matara gente. Tendríamos menos riqueza léxica pero más parientes y amigos. Cada día surge una pega, un error, una imprevisión, un jeta que se vacuna sin que le toque o sea su turno. Aprovechándose del cargo. El último ha sido el consejero de Sanidad de Ceuta, que además dice, siendo médico, que no cree mucho en las vacunas. La pandemia debería resucitar también el verbo dimitir, aunque no es menor el efecto que está teniendo de sacar a la luz el ceporrismo. La caradura y no el «usted no sabe con quién está hablando», pero sí «usted no sabe a quién no está vacunado». Celia Cruz cantaba aquello de «no hay cama pa tanta gente», pero lo que no hay son jeringuillas. Ni vacunas. Ni diligencia ni consensos. Bueno, camas en los hospitales ya tampoco.

*Periodista